sábado, 19 de diciembre de 2009

Exclusivo para impacientes

Me gusta que las cosas sucedan cuando yo quiero". "Odio que me hagan perder el tiempo". "Mándame el informe urgentemente". "¡Hay que ver qué lenta es la gente!". "Ya va siendo hora de que cambien las cosas". "¡Date prisa, que llegamos tarde!". "¡Lo necesito ahora mismo!". "¿Por qué no me ha llamado todavía?". "¡Me muero por que sea viernes!". "No soporto que me hagan esperar".




Si le resulta muy familiar alguna de estas afirmaciones, seguramente conocerá bien qué es la impaciencia. Pero no se preocupe. Es una distorsión psicológica que tiene cura. Tan sólo basta comprender que es inútil. No sirve absolutamente para nada. Por más que nos quejemos, enfademos y lamentemos, las cosas van a seguir yendo a su ritmo, tal y como lo han estado haciendo y lo van a seguir haciendo siempre.

Y no sólo eso. Es muy perjudicial para nuestra salud emocional. Cada vez que nos invade la impaciencia es como si tomáramos un vasito de cianuro, vertiendo veneno sobre nuestra mente y nuestro corazón. Eso sí, a pesar de que vivimos en una sociedad que premia y ensalza la velocidad y la inmediatez, desprenderse del hábito de "querer las cosas para ya" es posible. Todo se reduce a un simple cambio de actitud.



"Deseamos ser felices aun cuando vivimos de tal modo que hacemos imposible la felicidad" (san Agustín)


Imagínese que está al volante de su coche, conduciendo tranquilamente por una calle de un solo carril. De pronto se forma una inesperada caravana. Aunque usted no puede verlo, parece que un camión se ha detenido unos cuantos metros más adelante para realizar una descarga. Pasan los segundos y usted sigue sin poder avanzar. Poco a poco empieza a ponerse nervioso. Echa un vistazo a su reloj y suelta un tedioso resoplido.

Al poco rato comienzan a sonar los primeros bocinazos. En medio de aquel insoportable ruido, finalmente pierde la paciencia y, harto de esperar, se suma a la protesta y toca varias veces el claxon con rabia.

Al cabo de un rato retoma la marcha, impotente y molesto por lo sucedido. Puede que usted no sea consciente, pero las emociones negativas que ha creado mientras apretaba el claxon con fuerza le van a acompañar el resto del día. ¿Y todo ello para qué? ¿Acaso su impaciencia le ha servido para acelerar la descarga realizada por el camión? ¿Realmente cree que el conductor ha tardado más de lo necesario aposta sólo para fastidiarle? Lo paradójico es que la impaciencia sólo le ha perjudicado a usted.




"Lo que causa tensión es estar 'aquí' queriendo estar 'allí', o estar en el presente queriendo estar en el futuro" (Eckhart Tolle)

Pero entonces, ¿por qué lo hacemos? ¿Por qué somos impacientes? Aunque parezca mentira, ninguno de nosotros elige tomar esta actitud cuando la vida no se ajusta a nuestros planes. Por el contrario, la impaciencia surge mecánica y reactivamente de nuestro interior cuando vivimos de forma inconsciente. Se trata de un efecto, un síntoma, un resultado negativo que pone de manifiesto que la mirada que estamos adoptando frente a nuestras circunstancias es errónea.




Si volvemos al ejemplo del atasco de tráfico anterior -que puede ser extrapolado a cualquier otra situación cotidiana-, nos damos cuenta de que nuestro malestar surge al poner el foco de nuestra atención en el denominado "círculo de preocupación". Es decir, en todo aquello que no depende de nosotros, como que el conductor del camión realice la descarga más rápidamente. Y al no poder hacer nada al respecto, nos invade la impotencia, y con ésta, el agobio, el enfado y la lamentación.

Sin embargo, el camión tiene todo el derecho de pararse y realizar la descarga, de igual manera que nosotros también detenemos nuestro coche a veces, haciendo demorar a otros conductores. Si nuestro día a día no es más que un continuo proceso repleto de otros necesarios para que todos podamos completar nuestras actividades personales y profesionales, ¿dónde está el problema? ¿Por qué es tan difícil adaptarse a lo que sucede?




"Si no hallas satisfacción en ti mismo, la buscas en vano en otra parte" (François de la Rochefoucauld)

La respuesta se encuentra dentro de nuestra cabeza. Cada vez que nos sentimos impacientes, ocasionándonos a nosotros mismos un cierto malestar, significa que estamos interpretando los acontecimientos externos en base a una creencia limitadora: que nuestra felicidad no se encuentra en este preciso momento, sino en otro que está a punto de llegar. O, dicho de otra manera: como creemos que no podemos estar a gusto en medio de un atasco, deseamos que éste termine de inmediato para poder llegar a nuestro destino, donde sí podremos gozar de nuestro bienestar.

Sin embargo, funcionar según esta falsa creencia revela una verdad incómoda, que suele costarnos bastante aceptar: la impaciencia suele ser un indicador de que no estamos a gusto con nosotros mismos. Porque si lo estuviéramos realmente, no tendríamos ninguna prisa en que el camión (o cualquier otra persona, cosa o situación) avanzara a una velocidad mayor de la que lo está haciendo. Ni siquiera aparecería la prisa, pues ya sabríamos de antemano que no sirve para acelerar el ritmo de lo que nos sucede.

Lo cierto es que sólo a partir de un estable bienestar interno podemos empezar a relacionarnos con nuestras circunstancias de una manera más consciente, pudiendo tomar la actitud y la conducta más convenientes en cada momento. A esta capacidad, los psicólogos y coachs contemporáneos la llaman "vivir despierto". Al darnos cuenta de que no podemos cambiar lo que nos sucede, sí podemos modificar nuestra actitud, centrándonos en el denominado "círculo de influencia". En el caso del atasco, implicaría respirar profundamente, poner la radio, cantar, pensar en positivo y otras acciones que dependieran por completo de nosotros.

De esta forma nos ahorraríamos la desagradable compañía de la impaciencia, un huésped que de tanto visitarnos termina por instalarse indefinidamente en nuestro interior. Eso sí, para adoptar esta actitud más constructiva es necesario que nos recordemos de vez en cuando que todos los procesos que conforman nuestra vida tienen su función y su tempo. De ahí que, por más que intentemos acelerarnos, siempre terminaremos chocando una y otra vez con esta inmutable verdad, causándonos por el camino la experiencia del malestar.

continuará................

¿A QUIÉN LLEVARÍAS?


Estás conduciendo tu automóvil deportivo de dos plazas en una noche de tormenta terrible. Pasas por una parada de autobús donde se encuentran tres personas esperando:


Una anciana enferma a punto de morir.
Un viejo amigo que alguna vez te salvó la vida.
La mujer de tus sueños, o tu hombre ideal.


¿A quién llevarías en tu automóvil, habida cuenta que sólo tienes sitio para un pasajero?

Piensa muy bien tu respuesta antes de seguir leyendo...


Éste es un dilema ético y moral utilizado en entrevistas de trabajo.

Podrías llevar a la anciana, porque va a morir y por lo tanto deberías salvarla primero;

o podrías llevar al amigo, ya que él te salvó la vida y estas en deuda con él.

Sin embargo, posiblemente nunca vuelvas a encontrar a la mujer de tus sueños, o tu hombre ideal.


Un aspirante en una entrevista fue contratado, de entre 200 concursantes, por su magnífica respuesta ¿Quieres saber qué respondió?


Simplemente contestó:


Le daría las llaves del coche a mi amigo, y le pediría que llevara a la anciana al hospital; mientras tanto, yo me quedaría esperando el autobús con la mujer de mis sueños".
¿Te gustó la historia? Pues así es la vida, por ello debes tener siempre muy presente aquella trillada frase:
"Un problema planteado correctamente es un problema prácticamente resuelto".


Moraleja:
“Prestemos más atención a lo que hacemos o decimos”.
Espero que te haya agradado, mejor aún, que te sea de utilidad... si así lo crees y te gustó, compártelo con otras personas.

El hombre y la Mujer


El hombre, es la más elevada de las criaturas…La mujer, el más sublime de los ideales

El hombre tiene la supremacía…….La mujer la preferencia.

La supremacía significa fuerza….La preferencia significa el derecho.

El hombre es un código….La mujer, un evangelio.

El código corrige….El evangelio perfecciona.

El hombre es un templo…..La mujer es el sagrario.

Ante el templo nos descubrimos….Ante el sagrario nos arrodillamos.

El hombre es el águila que vuela…La mujer, el ruiseñor que canta.

Volar es dominar el espacio….Cantar, es conquistar el alma.

El hombre tiene un farol….la conciencia. La mujer tiene una estrella, la esperanza.

El farol guía… la esperanza salva.