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Mito o realidad, podría calificarse como el
relato K menos deseado: acaba de publicarse un libro que repasa los supuestos
romances de la presidenta Cristina Kirchner. En el libro se cuentan anécdotas
que revelan la relación de la mandataria con funcionarios de Gobierno, como el
vicepresidente Amado Boudou y el viceministro de Economía, Axel Kicillof. El
jefe de política de la revista Noticias, Franco Lindner, es el autor de este
polémico trabajo periodístico, “Los amores de Cristina”, que se acaba de
presentar.
El libro fue definido por la editorial
Planeta, como "la primera investigación periodística que se interna en el
mundo menos explorado de la
Presidenta, el de sus pasiones. Y describe, a la vez, a una
protagonista compleja y humana. Cristina es también la heredera de una fortuna
que no llega a calcular, la que organiza careos y exige explicaciones a los
colaboradores y empresarios que supone que eran socios de su marido. Es la jefa
que gobierna en soledad, se desvela por las noches y sufre el difícil legado
del ex presidente”.
Algunos de los fragmentos:
La relación con Amado Boudou
“–No te
preocupes. Hoy mismo hablo con la mami y te arreglo el problema.
Amado Boudou soltó la frase con un tono de
complicidad que su amigo detectó perfectamente del otro lado de la línea. “La
mami” no era otra que Cristina Fernández de Kirchner, la Presidenta viuda y
reelecta pocos días antes con el 54 por ciento de los votos. Y el amigo que
escuchaba a Boudou y simulaba festejarle su desenfado era Jorge Brito, el
banquero kirchnerista, ex menemista y dueño del Macro, la institución
financiera a la que un sector del Gobierno acababa de culpar por la corrida
cambiaria que le siguió al triunfo de Cristina en las urnas.
Brito hizo lo primero que se le ocurrió en ese
momento: llamó a su amigo Boudou para defenderse.
–Me están
matando –le dijo al flamante vicepresidente–. Vos sabés que yo no tengo nada
que ver…
Y ahí fue cuando su amigo pronunció la frase
confianzuda:
–Hoy mismo
hablo con la mami y te arreglo el problema.
Lo grave del asunto es que se enteró la Presidenta. No fue
por un trascendido, ni por algún testigo, sino porque escuchó la grabación de
la conversación telefónica entre el vicepresidente y el banquero. Eso afirman
cuatro fuentes del Gobierno, incluidos un funcionario que es amigo de Boudou,
un dirigente de La Cámpora
y un colaborador de la
Secretaría de Inteligencia.
El funcionario que es amigo de Boudou resume
lo que dan por cierto él y sus colegas del Gobierno:
–Sé que
Aimé cayó en desgracia por los comentarios desubicados que hizo por teléfono.
Aimé es como llaman a Boudou sus amigos: es la
traducción al francés de su nombre, Amado.
¿Cómo llegó la grabación a manos de la Presidenta? Las fuentes
consultadas coinciden: primero fue Héctor Icazuriaga, el jefe de los espías del
Gobierno, quien le acercó esa evidencia a Máximo Kirchner, el hijo
presidencial. Icazuriaga y Máximo son inseparables: cada vez que el jefe de La Cámpora pone a alguien en
su mira, el secretario de Inteligencia recaba las informaciones extraoficiales
que el joven Kirchner solicita, como antes las solicitaba su fallecido padre”.
[…]
El miércoles 30 de noviembre del 2011, dos
semanas después del desliz telefónico, la Presidenta sorprendió a todos cuando castigó en
público a quien hasta entonces era su preferido.
–Bueno,
vamos ahora con los conchetos de Puerto Madero –le cedió la palabra a Boudou en
una videoconferencia que la encontraba a ella inaugurando un parque industrial
en la localidad bonaerense de Berazategui, y a él en el barrio más caro de la Capital.
Boudou, contrariado, largó una risita y se animó
a responder:
–No es
solo para los conchetos de Puerto Madero, como usted dijo, sino que Puerto
Madero se ha convertido en un paseo para miles y miles de porteños que los
fines de semana vienen aquí a la Costanera Sur…”.
En otro fragmento del libro, Lindner cuenta
otro momento clave de la relación de Boudou y Cristina, cuando aún vivía Néstor
Kirchner.
“Hay una
foto donde se ve a la
Presidenta sentada al lado de su ministro de Economía en el
anuncio de un plan de créditos para empresas pymes en el Salón de las Mujeres
de la Casa Rosada.
Ella entrecierra los ojos, ladea su cabeza y la recuesta con confianza en el
hombro de él. Está relajada, ajena a las miradas de los presentes. La sugerente
imagen la sacó con la cámara digital de su celular uno de los empresarios
invitados esa noche a la entrega de los llamados Créditos del Bicentenario.
También había funcionarios y legisladores.
El empresario muestra la foto con gesto
risueño y dice:
–No me
animo a publicarla. ¿Se imagina si alguien se entera de que la saqué yo?
–¿Pero
esta imagen qué demuestra?
–Bueno,
ahí se ve alguna clase de intimidad entre ellos, ¿no?
La foto data del 29 de septiembre del 2010,
apenas horas después de que la
Presidenta y Boudou regresaran de una gira oficial por Nueva
York que también incluyó a Néstor Kirchner, quien por entonces transitaba su
último mes de vida”.
El trío: Storani, Cristina y una amiga
Lindner también cuenta en su libro que el ex
diputado radical Federico Storani recibió una osada propuesta por parte de una
amiga en común con Cristina Kirchner. Storani asegura que declinó la invitación
y nunca pudo comprobar si realmente la hoy Presidenta argentina habría
participado de ese encuentro.
“–¿Y si la
sumamos a Cristina?– le había preguntado su amiga.
Y Storani no sabía qué hacer.
Al cabo de un silencio interminable, lo asaltó
un rapto de lucidez. Respondió:
–No, mejor
no. Es para quilombo.
Su amiga le hacía propuestas cada vez más
audaces, pero esta vez había llegado demasiado lejos. ¿Incluir a la diputada
Cristina Fernández de Kirchner en algún encuentro tripartito? La amiga de
Storani lo era también de Cristina, y pensó que podrían pasarla bien los tres
juntos.
Dos respetables diputados de la Nación y una amiga en
común, la rubia y sensual abogada de La Plata a la que Storani había conocido en aquel
verano de 1998, y a la que Cristina frecuentaba desde sus épocas de juventud
setentista en la capital provincial.
–¿En serio
no querés, Fredi? –insistió ella.
–Mejor no
–resopló él.
El diputado de la UCR y futuro ministro del Interior
de la Alianza
intuyó que era una mala idea. Su amiga solía perseguirlo en vano con ofertas
osadas, le proponía juegos, triángulos y fantasías de alto voltaje, pero nunca
antes le había hablado de Cristina. Storani era su colega en la Cámara baja y sólo habían
intercambiado algunas palabras. Le parecía una mujer atractiva. Pero no estaba
dispuesto a arriesgar su reputación y su familia.
–Estas
cosas se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan –la desalentó a su amiga.
La amiga de Cristina, pese a su insistencia,
tampoco había logrado que el diputado cediera ante la tentación de sus
propuestas cada vez más osadas. Storani le gustaba a ella, pero el provocador
coqueteo nunca llegó a consumarse porque él la rechazaba con modos de
caballero. Jamás se hubiera permitido un desliz. La única vez que se quedó
dudando fue cuando ella ofreció:
–¿Y si la
sumamos a Cristina?”.
Miriam Quiroga y Miguel Núñez, los amantes
Tras ser echada por Cristina, Miriam Quiroga,
señalada como una de las amantes más antiguas del ex presidente Néstor
Kirchner, trabaja en la redacción de un libro en el que narra la historia de su
relación con el ex presidente. En esas páginas relata, entre otras cosas, una
pelea que tuvo con Kirchner en la que le cuenta que su esposa, Cristina, y el
entonces vocero, Miguel Núñez, mantenían una relación amorosa.
“–Ayer
estuve con Cristina –le dijo el entonces Presidente, acaso para molestarla.
A lo que Miriam habría respondido, despechada:
–¿Ah, sí?
¿Sabés con quién estuve yo? Me tomé un café con Miguel Núñez.
–¿Con
Núñez?
–Sí, para
hablar de la estrategia comunicacional del Gobierno… Entre nosotros, no sé cómo
lo tenés de vocero a ese tipo que te cagó con tu mujer.
La cara de Kirchner viró al rojo. ¿Realmente
había habido alguna relación entre el vocero y Cristina? ¿O Quiroga sólo habría
buscado vengarse por el comentario anterior de su jefe? Lo cierto es que Núñez,
antes de ser el vocero del Gobierno, había desempeñado ese mismo papel al lado
de la esposa de Kirchner en los años ’90, cuando ella ocupó sucesivas bancas de
diputada y senadora en Buenos Aires, lejos de Santa Cruz.
Un ex amigo del vocero dice que alguna vez lo
escuchó hacer algún comentario que alimentaba el malentendido:
–A
Cristina la tengo comiendo de mi mano –asegura que le dijo.
La única persona que podría confirmarlo es el
propio Núñez, pero no lo hizo: a pesar de trabajar de vocero, es famoso por no
hablar con la prensa. Su carrera en el Gobierno terminó algún tiempo después de
la charla entre Kirchner y Miriam Quiroga, a mediados del 2009, cuando el ex
presidente pasó por arriba de la
Presidenta y decidió que hacía falta un nuevo portavoz
oficial. El elegido fue Alfredo Scoccimarro, el Corcho, quien se mantuvo a una
prudencial distancia de Cristina”.
Las peleas con Kirchner
“El Cessna
Citation de la gobernación volaba de Río Gallegos a Buenos Aires. A bordo iban
Kirchner, Cristina y el vicegobernador de la provincia, Chiquito Arnold. Corría
1995 y por entonces el matrimonio viajaba seguido a la Capital para visitar al
ministro de Economía de Menem, Domingo Cavallo, un amigo y aliado. En pleno
vuelo, Kirchner leyó algo que no le gustó nada en la chimentera sección “La
pavada” del diario Crónica: hablaban de una ostentosa gargantilla de 30.000
dólares que, según esa publicación, lucía su esposa, la flamante candidata a
senadora nacional. El gobernador enfureció. Y delante de Arnold, alzó el brazo
y le pegó a Cristina con el diario en la cabeza.
–¡Te dije
que esas cosas no te las pongas nunca!
Cristina también enrojeció:
–¡Pero qué
hacés! ¿Te volviste loco?
Estaba tan furiosa como él. Pero había un
testigo y no atinó a responder el golpe. Estaban los tres juntos en un avión y
no podían lanzar a Arnold con un paracaídas por la puerta para dirimir el
asunto en privado.
Durante el resto del vuelo, ninguno volvió a
hablar. La tensión era insoportable. El ejemplar de Crónica había quedado
deshecho.
Cuando los Kirchner discutían y empezaban a
levantar la voz, los colaboradores del matrimonio sabían que era el momento de
emprender la retirada. Los dejaban solos. Pero a bordo del Cessna Citation no
había forma.
–Nunca vi algo parecido –recordó años después Arnold–.
Él le pegó con el diario, como si fuera un perro”.