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jueves, 28 de octubre de 2010
El comienzo de otra historia
Néstor Kirchner, astuto, había armado un esquema para conservar el poder autosucediéndose. Era ya el candidato para las elecciones de octubre de 2011 y esperaba que su esposa, que lo sucedió en 2007, fuera quien le colocase la banda presidencial por cuatro años. En 2015, según esa fórmula, se invertirían los roles: él deseaba entregarle la Presidencia a Cristina.
Formalmente, se respetaban holgadamente los términos constitucionales. El objetivo era conservar el poder en las mismas manos.
Kirchner actuaba como lo que era: un jefe político de un espacio en el que confluían tanto sectores de la izquierda como el aparato sindical –enemigos hasta la muerte en la década del 70–, los barones peronistas del conurbano y algunos de los caudillos provinciales. La gestualidad progresista en la que se abunda, con eje en la sanción a los responsables de la violación a los derechos humanos, hizo menos visible y más digerible la alianza con la vertiente del movimiento justicialista más rancio.
No era un líder carismático ni despertaba cálidas oleadas de simpatía. Pero era un líder que ejercía a fondo el poder sin dudas. Esta condición le permitió mantener esa coalición unida, no importa los recursos a los que debía echar mano.
Kirchner siempre fue un hombre proclive a la acumulación (de poder, de aliados, de afectos, de dinero) y desconfiaba casi de todo salvo de esa pasión íntima y arrasadora. Aun cuando en los últimos meses, con episodios muy agudos, acaso presintió la amenazante vecindad de la muerte, entendía que su presencia era fundamental para que el proyecto que encarnaba no se despedazase.
El control estricto del poder determinó un gobierno ensimismado, cerrado en sí mismo, con una lógica política cuyo eje ordenador debía –y debe– ser nítido para que funcionasen las antinomias. Y exciten una épica que actuase como pantalla de decisiones que replicaban, con signo propio, lo que decían combatir.
La centralidad del combate contra los medios no adictos formaba parte de esa estrategia contradictoria.
¿La historia es una red que atrapa al hombre en ciertas estructuras que se repiten de una época a otra?, como decía Alejo Carpentier.
Deberá probarse. En el acto de recordación y reivindicación de Kirchner que hizo ayer Hugo Moyano, en el que se exaltó al ex presidente y lo ubicó en el Olimpo junto a Perón y a Evita, los asistentes subrayaron sus palabras con vivas a la CGT, insistiendo en la vigencia de una alianza que debe seguir, como si la muerte Kirchner hubiera puesto tácitamente en debate esa certeza.
El ex presidente era un político pragmático que tenía el sello justicialista, a pesar de sus ambigüedades, y la historia juzgará qué papel cumplió en ese movimiento sin el que la sociedad argentina no podría ser explicada.
Ese fervor inusitado por la política y por el poder lo lanzó a tomar la oportunidad que le dio Eduardo Duhalde y la aprovechó a fondo . Acertó cuando renovó la Corte, renegoció la deuda externa y le devolvió poder al Estado, aunque desaprovechó un momento excepcional para plantear y llevar adelante las cuestiones estructurales que podrían haber comenzado a modificar las cuestiones básicas de la economía argentina. Aún se está a tiempo.
Quizá la impronta del día a día de su militancia política y las acechanzas de la cotidianeidad hayan sido, para Kirchner, más urgentes que esos asuntos intelectuales con los que nunca se sintió suficientemente cómodo.
La desaparición de un jefe político y candidato además, pone en el tapete dos cuestiones que deberán ser atendidas por Cristina.
Su candidatura a la reelección fue ayer lanzada por Moyano, que habló, también, de reestructurar el PJ. El sindicalista sabe que, más allá del dolor y la congoja, esos espacios políticos deben ser ocupados con rapidez.
por Ricardo Kirchbaum de Clarìn
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