“A pesar del
tradicional individualismo y narcisismo de los argentinos, las principales
motivaciones de sus tragedias no son tanto de orden individual como colectivo.
Las responsabilidades de los acontecimientos, también”. Héctor Ricardo Leis
La inmunda,
gigantesca, de lesa humanidad y genocida corrupción que ahora han hecho
trascender Jorge Lanata y los demás periodistas hasta los últimos rincones de
la Argentina, me lleva a preguntarme hasta cuándo toleraremos, pacíficamente,
que esta banda de delincuentes a los que hemos entregado el poder más omnímodo
siga encabezando nuestro Estado. A todas las denuncias, que sin duda la
involucran tanto como a su finado marido, doña Cristina ha respondido con un
silencio que sólo consigue indignar más a la ciudadanía, cada vez más
empobrecida por la galopante inflación que el oficialismo genera por su
vocación por el latrocinio y la recaudación.
Más allá de algunos
episodios que, precisamente por pocos, llaman la atención en nuestra historia,
debemos confesarnos que somos un pueblo manso y sufrido, capaz de soportar, en
estupefacto silencio, las consecuencias de nuestros propios actos, sin intentar
corregirlos. Hemos aceptado, con ese ánimo pasivo, la transformación de nuestra
democracia representativa en la democracia “delegativa”, como la definiera
Guillermo O’Donnell; esto significa que, como nos ha exigido la señora
Presidente muchas veces desde su atril, nuestros derechos se reducen a emitir
el voto cada vez que somos convocados a hacerlo.
Cuando camino por las
calles de mi ciudad, la pregunta generalizada es: “Esta vez, ¿pasará algo?”; es
decir, los argentinos seguimos esperando que la Justicia se quite la venda que
la ha transformado, durante toda la década, en tuerta. Pero la mansedumbre
sigue imperando, mientras todos tratamos de sobrevivir como mejor podemos,
pagando impuestos escandinavos para recibir servicios africanos.
La viuda de Kirchner
ha dado un paso importante para avanzar en su tentativa de permanecer en el
poder al anunciar, siempre por cadena nacional, que a “las organizaciones
juveniles, sociales y políticas” se les encomendará la vigilancia popular sobre
el precio de los quinientos productos que fueran, al menos en teoría, incluidos
en el congelamiento acordado por Patotín y los supermercados. Como se lo mire,
es un nuevo avance hacia el chavismo terminal del Pajarito Chiquitico y aún, si
se lo observa con más atención, hacia la provecta dictadura de los Castro;
ambos regímenes han creado milicias populares, por fuera de las estructura
militares tradicionales, para sostener sus alucinados proyectos de poder.
En ese cuadro, ¿hasta
cuándo los argentinos soportaremos impávidos este desmadre? Nunca, en toda
nuestra historia, habíamos entregado el poder a una banda de ladrones como la
que hoy encabeza la señora Presidente. Ni siquiera los años de Menem resultan
comparables, ya que entonces se robaba sólo dinero, aún cuando fuera mucho,
mientras que en la “década ganada” los objetos de estos delitos son nada menos
que empresas y actividades económicas enteras; es más, sostengo desde hace
mucho tiempo que el deseo de don Néstor (q.e.p.d.) de quedarse con YPF fue la
causa esencial de la pérdida del autoabastecimiento energético, que dejaba
muchos dólares en el país, y de la creciente necesidad de importar gas y
derivados, origen de nuestra pavorosa inflación.
La maniobra fracasó
cuando Kirchner murió y sus testaferros –Enrique Eskenazi y su familia- negaron
esa condición al ser interrogados personalmente por doña Cristina, y ello llevó
a la confiscación del 51% de las acciones de la empresa y a la consecuente
ruina de sus tan curiosos administradores. En los episodios de corrupción no
hay, ni puede haber, papelitos y recibos, y la forma en que se comportaron cada
uno de los que tenían a su nombre los bienes mal habidos cuando “Él” murió ha
determinado que permanecieran en el círculo áulico de Olivos o fueran
desterrados y, en algunos casos, fulminados por la venganza imperial de su viuda.
¿Por qué los argentinos no reaccionamos tomando la calle
todos los días, hasta expulsar a estos delincuentes, que tanto daño producen,
del poder? Un muy somero inventario de los perjuicios que causa su permanencia
debe incluir la inseguridad, la inflación, la droga, las muertes derivadas del
robo en las obras públicas, la pobreza y la indigencia de un tercio de nuestros
compatriotas, el aislamiento internacional y, ahora, la violencia anunciada.
¿Cómo no nos ponemos de acuerdo para una gran resistencia civil, dejando de
pagar nuestros impuestos cuando sabemos que éstos terminan convertidos en
pisos, estancias, countries, aviones, autos y motos lujosos, billetes de € 500
o fiestas babilónicas en Punta del Este y Miami?
¿Cómo no nos
manifestamos, todos los días, frente a los tribunales de Comodoro Py hasta
obligar a los jueces federales penales a desempolvar todas las causas de
corrupción cajoneadas? ¿Cómo no nos presentamos masivamente ante la AFIP para
impedir que el Gobierno continúe expoliándonos? ¿Cómo no vamos, por millones,
al Congreso para que los infames traidores a la Patria que votan proyectos
inicuos con obsecuencia debida dejen de habitarlo? ¿Cómo no exigimos que la
Corte Suprema pida el juicio político de la señora Presidente por ignorar sus fallos?
¿Cómo permitimos que
continúen representando a los argentinos dos imputados por enriquecimiento
ilícito y lavado de dinero como doña Cristina y Guita-rrita Boudou? ¿Ignoramos
que nuestro país se ha transformado en el hazmerreír de toda la prensa mundial?
¿No nos impresiona, al punto de reaccionar, cuando todo el planeta nos mira con
asombro y desprecio cuando nuestra moneda la imprime Ciccone y el
Vicepresidente? ¿Sabemos que las cadenas de noticias internacionales sólo
hablan de nosotros para criticar los avances del Ejecutivo contra la prensa y
la Justicia o las ridiculeces discursivas de la señora Presidente?
Pero el campo minado
que el kirchner-cristinismo dejará cuando, finalmente, sea desalojado del poder
exigirá a quien lo suceda tomar medidas poco simpáticas –por ejemplo, la
supresión de los subsidios generalizados para reemplazarlos por la protección a
los más necesitados- y, para concitar la adhesión popular, le será necesario
demostrar que encabeza un cambio ético y moral; un cambio que sólo podrá ser
comprendido si la cabecilla y toda su banda pública y privada terminan en la
cárcel con todos sus bienes confiscados. Ellos, por su parte, lo saben, y es
por eso que no se entregarán pacíficamente.
Entonces, finalmente,
caerá la máscara de “socialismo del siglo XXI” tras la cual el "modelo de
acumulación de matriz diversificada con inclusión social” -¡qué nombrecito
inventaron!- ha ocultado su verdadero propósito: apoderarse del país y de todos
los resortes de su economía para robar a mansalva. Tal vez, sólo tal vez, ese
20% de los argentinos que, de buena fe, aún creen en él, dejarán de hacerlo y
comprenderán que deben los costados más tristes de sus vidas a la corrupción
generalizada.
Bs.As., 26 May 13
Enrique Guillermo Avogadro
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