Cristina en lugar de llamar a la calma, potencia los enfrentamientos. En lugar de apostar a la paz social, a la convivencia y a cerrar la fractura expuesta del país, tira más leña al fuego y nos deja a todos al borde de una situación de agresiones turbulentas que nadie sabe en qué tragedia puede terminar.
Cristina se va de la misma manera en que gobernó: diseminando odio y anunciando cataclismos si ella no sigue en el poder. Después de las elecciones hubo un viento de aire nuevo y un suspiro de esperanza en la Argentina. Ella, se encargó de contaminar el ambiente de la transición y de sembrar la incertidumbre. Todos sabíamos de los desequilibrios emocionales de la presidenta. Estaban a la vista para quien los quisiera ver. Pero jamás nos imaginamos que su vuelta al llano, lejos de los privilegios y los fueros y cerca de recorrer tribunales para explicar su inexplicable fortuna y el lavado de dinero de Lázaro Báez, la iban a alterar multiplicando su intolerancia.
Todos sus actos de los últimos tiempos apuntan a lo mismo: poner palos en la rueda, gritar que ella va a seguir teniendo poder, diseminar topos y ñoquis por todo el estado y demostrar que sus caprichos son gigantescos.
Está claro que jamás quiso entregar ni la banda ni el bastón a Macri ni a nadie. Está claro que todo el tiempo estuvo buscando una excusa para que no quede en la historia el símbolo de su fracaso político que es transferir el poder a un ingeniero que es su contracara en todos los sentidos y al que ella desprecia.
Se resiste a aceptar la realidad. Pero en lugar de decir la verdad y plantear que no quiere, no puede o no sabe ceder el poder porque nunca lo cedieron los Kirchner en ningún lado, se victimiza y quiere culpar al otro de sus propias miserias.
Tiene un gran problema: nadie le cree. O muy poca gente se traga sus mentiras seriales. Mauricio Macri, como todos, tiene virtudes y defectos. Pero nadie escuchó ni vio ni denunció a Macri por gritar ni maltratar a nadie. En cambio la historia de Cristina está plagada de sus gritos y maltratos a todos y a todas. Lo mismo que Cristina hace en público, lo potencia en privado. Hay cientos de anécdotas que cuentan su mal humor y sus alaridos insultantes incluso, hacia su marido fallecido.
Ahora nos quiere hacer creer que Macri le gritó y que por ese motivo no va a traspasarle los atributos del poder en la Casa Rosada. Fabricó la excusa justa. Se victimiza como una “mujer sola” cuando nadie tuvo tanto poder desde el regreso de la democracia y hasta apuesta a que algún INADI K como el que tenemos la defienda de lo que ella sugiere como “violencia verbal de género”.
Ella dice que no va al traspaso en la Casa Rosada: “porque este señor me maltrató” y en realidad es porque nunca quiso ir. Pero es ella la que pierde y ya hay encuestas que hablan del aumento de su imagen negativa. Como si esto fuera poco para caldear los ánimos y potenciar a los más intolerantes, Cristina fogonea dos concentraciones de sus fanáticos con menos votos que puede convertir al centro de la ciudad en un verdadero polvorín. Debe saber la opinión pública que si algo malo ocurre será Cristina la responsable ante la historia. Todavía está a tiempo de tener un gesto de grandeza y llamar a la no confrontación y contribuir a que el 10 de diciembre todos los argentinos tengamos un día en paz.
En su catarata de twitter, Cristina certifica lo difícil que es volver del ridículo. Le habla a Macri de las flores amarillas que dejó en la quinta de Olivos pero no le dice nada de los millones de dólares que no dejaron en ninguna de las cajas del estado ni de las bombas de fragmentación que están colocadas para que exploten en las manos de los futuros ministros. Todas actitudes destituyentes y que evidencian su bronca.
Quiso posar de colaborativa con el tema de la presidencia provisional del senado para Federico Pinedo y terminó hablando en forma peyorativa y discriminatoria de Gabriela Michetti.
La patrona del mal de Balcarce 50 pierde su condición de máxima autoridad y vuelve a ser una ciudadana rasa. Eso la empuja a descalificar al presidente que se viene diciendo que la celebración democrática con banderas argentinas a las que Macri llama “no es su fiesta de cumpleaños”.
Alterada por los cuatro costados, la presidenta que se va llegó al paroxismo del autoengaño cuando se mostró como un pollo mojado porque el avión de Aerolíneas Argentinas no la va a esperar para que ella pueda ir a Santa Cruz a participar de la asunción de su cuñada Alicia. Tantos años viajando en el avión de la gobernación donde le llevaron las sábanas y los muebles de sus hoteles y hasta los diarios en papel para que la reina los leyera o en los Tangos del estado nacional que viajar otra vez en avión de línea es todo un problema insuperable.
A esta altura Mauricio Macri debería matar a Cristina con la indiferencia. Seguir su camino y trabajar a fondo para solucionar los problemas graves que quedan.
A esta altura Cristina debería poder procesar la derrota y elaborar el duelo de la pérdida. Es muy difícil porque hace 28 años que Cristina hace lo que quiere y se hace lo que ella dice. Pero terminó el juego. C’est finí. Game Over.
Cristina: no confunda a Perón con Nerón. Tenga la grandeza de decir que para un argentino no hay nada mejor que otro argentino. Y no deje el país en llamas. No juegue con fuego.
Alfredo Leuco.-
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