El día en que me di cuenta de que quien creía ser no era quien era, empecé el camino hacia mi voluntad.
De las raíces de quién creía ser, sólo encontré el fondo de saco de la tierra que no contiene nada, aunque pudo tenerlo o creyó estar.
De las raíces de quién soy, crecía un árbol nuevo lleno de frutos por tomar, que ni yo misma creía tener o reconocía. ¿Yo quién soy? El árbol, los frutos, las raíces, las ramas, las hojas o el tronco.
De cada parte, un sueño a cumplir que no se realizó;
de cada raíz, una satisfacción que no tomaba como propia;
de cada rama, una intención que aspira a…;
de cada hoja, el respirar que alimenta la vida y que me hace disfrutar de ella y vivirla;
de cada fruto, la esencia de mi ser y el producto de mi hacer;
y en el tronco, la sabia que hace que mi vida prospere y yo también.
Cuando creía ser, sólo era la sombra del árbol; cuando empecé a ser, sólo creía ser una parte de este; y ahora que sé que soy el árbol entero, formado y forjado por la experiencia y el cierto querer de mi voluntad —que es mi árbol, o sea, yo—, cada día es un regalo y la diferencia está en que yo le doy forma a los momentos y a la vida del árbol en la vida.
¿Yo era yo? No; creía serlo. Ahora que sé qué soy yo, “lo soy”. Ahora que sé quién soy yo, quiero serlo y hacer que mi Yo sea siendo y haciendo en la vida lo que quiere.
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