¡Cielos, ser yo! ¡Qué miedo! ¿Qué es eso? ¿Es importante ser yo?”
“¿Yo quiero ser yo? ¿Quién soy yo? ¿para qué quiero ser yo?
Es algo que nos cuesta identificar como inherente al individuo, SER, y sin embargo, ¿qué se puede ser si no se es? ¿De no ser para qué estoy? Y si estoy sin ser ¿adónde voy?
Cuando decimos lo que somos, nombramos lo que hacemos; por ejemplo: “¿Tú que eres?” “Yo soy piloto”. Si nombras lo que haces, no eres lo que eres, sino lo que haces.
* ¿Tú qué haces? —”Me dedico a pilotar”
* ¿Tú qué eres? —”Un hombre o mujer, que viaja y vive, por creer que todavía la vida merece la pena”
* ¿Tú quién eres? —”Yo soy Pedro el alquimista, que disfruta de las horas de trabajo porque son las elegidas por mí”
No parece importarnos, quizás, quiénes somos, cómo somos, por qué andamos, en qué dirección, y qué nos mueve los pies.
Mientras somos lo que hacemos, no somos más que una pieza más del engranaje colectivo, y sólo una pequeñísima micra de nosotros.
Sin ser individuo, ¿se puede ser libre? Sin ser yo ¿se puede ser individuo?
Somos el conjunto arquitectónico, de un núcleo único, UN YO lleno de cosas por pedir, lleno de cosas para entregar, deseoso de llenarse el vaso de recibir y capaz de crecer y avanzar por sí mismo según es.
“¡Cielos, no ser yo! ¡Qué miedo, no conocerse y sólo hacer! ¿De qué sirve hacer, si no me conozco? ¿Tan importante es hacer?”
¿Puedo contestar qué puedo hacer, si no se quién soy? ¿Para qué hacer lo que no quiero? ¡y encima más!
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