Era una vez en un monasterio y había un monje enteramente dedicado al jardín, tenía verdadera vocación de jardinero, cuidaba las flores, las plantas, el césped... con gran mimo, con gran cuidado.
Un día pues hubo una noticia, un aviso, de que en las semanas próximas vendría el abad de un monasterio a hacerles una visita. Y resulta que aquel monje que venía, que era el abad, también era el jardinero.
Entonces este jardinero cuando se enteró... preparó el jardín... vamos..., se pasó días y días preparándolo y lo dejó... impoluto, limpio.
La víspera de venir, pues invitó al abad de su convento a dar una vuelta por el jardín, quería que viera lo bien que estaba, lo limpio que estaba. Y efectivamente dieron una vuelta los dos y el jardinero le preguntó a su abad:
- ¿bueno, y cómo lo ves?.
Y entonces estaban junto a un árbol y él se agarró al árbol (el abad) y lo sacudió así. Cuando lo sacudió, se cayeron todas las hojas. Y dijo el abad:
- ¡me gusta más así! me gusta más así porque está en comunión con el cosmos, que es frágil y es débil.
Y es verdad. Nosotros queremos estar siempre impolutos, pero estamos en armonía con el cosmos, cuando reconocemos nuestras flaquezas y nuestras debilidades.
Publicado en Escuela del Silencio y el autor es José Fernández MORATIEL
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