sábado, 6 de noviembre de 2010

Sorpresa en el Censo: en una sola casa viven 29 personas

Son integrantes de una misma familia formada por 14 adultos y el resto, chicos.



FAMILIA ALVAREZ. EN INVIERNO SOLO SE CALIENTA AGUA PARA BAÑAR A LOS CHICOS, Y TIENEN UNA HELADERA PARA TODOS.

Cuando Mirta se ofreció para ser censista, no se imaginó con lo que se iba a encontrar. En una casa muy humilde del barrio Villa Parque Norte, en la periferia de la Capital provincial, 29 personas integrantes de una familia comparten el mismo techo.

Se trata de los Alvarez. “Calle Padre Abel Delgado al 1.800”, anotó en la planilla y cuando se dispuso a preguntar por la cantidad de personas que viven en el mismo inmueble, empezó la complicación.

La familia original está formada por Carmen Vera y Abel Alvarez; ella ama de casa y él, empleado de la Municipalidad.

Tuvieron 7 hijos, de los cuales 6 viven aún con ellos, con sus esposos y sus hijos. En total, según pudo comprobar la censista al final de su trabajo, son 29 personas, 14 adultos y el resto, niños.

Censarlos llevó exactamente 2 horas y media: Mirta saludó a la familia poco después de las 14, y terminó de cerrar las planillas cerca de las 17 . “A Mirta la conocemos porque fue preceptora de una de mis hijas”, dice Carmen sentada en el patio, tratando de espantar las moscas y el calor a la vez.

Pero los problemas de los Alvarez, en realidad, surgen a la hora de dormir. Sólo hay 4 habitaciones en la casa (la más grande tiene 2,5 metros por 2 metros), y allí tienen que entrar todos. Ninguno de los chicos tiene más de 13 años, por eso varios de ellos duermen de a dos en camas de una plaza.

A la mañana, el que se levanta más temprano puede llegar a usar el baño sin apuro. El resto, deberá esperar o usar uno más precario que se construyó para tratar de no demorar la salida hacia la escuela. En invierno, cuenta Carmen, el agua se calienta en una olla, bajo el fuego de leña en el patio, y sólo se usa para bañar a los chicos. “Los grandes, así nomás, con el agua helada”, remarca.

Todo se comparte.

La cocina es una, y allí todas las mujeres hacen de comer para hijos y esposo. La heladera también es una, pero no se compra otra a propósito “porque sino, pagamos mucho de luz”. Si no hay espacio en el comedor, la mesa se tiende afuera.
Otro problema, como el de muchos catamarqueños, es el trabajo.

Los hombres viven haciendo changas de lo que aparezca, y las mujeres cobran la Asignación Universal.

Muy poco para alimentar tantas bocas. “Nos damos maña”, agrega una de las hijas de Carmen, y pone de ejemplo a uno de sus sobrinos, de 13 años: durante la charla, el hábil aprendiz de mecánico arregló la rueda de una moto.

El hacinamiento, el olvido en el que la familia está sumergida no tiene explicación. Enojados, señalan una y otra vez al concejal del circuito y a los funcionarios de las oficinas donde se entregan ayudas sociales.

“Nos niegan los bolsones con alimentos, pero siempre nos vienen a buscar para ‘hacer número’ si hacen un acto para las elecciones”, dicen.

Y no es para menos. Con ellos se garantizan 30 asistentes de una sola vez, por más que después se olviden cómo viven.

Por Ariel Arrieta
Catamarca. Especial
Clarin
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