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domingo, 20 de febrero de 2011
“Estudiaba a la luz de las velas”
Este año me impresionaron mucho dos historias leídas en Clarìn. Fueron las del barrendero y la vendedora de café en La Plata que se recibieron de abogados. Mi caso es parecido: tengo 40 años, mis padres se separaron cuando yo tenía 9. Eramos muy pobres y no teníamos casa propia. Vivíamos “de prestados” en casa de un familiar. No teníamos luz, ni baño, ni cocina. Yo venía de la escuela primaria y estudiaba a la luz de las velas.
Comencé a trabajar desde los 10 años en toda clase de changas: repartidor de volantes, de garrafas, de una carnicería, de peón de albañil, de peón en un circo, de limpieza en un bar, de lavacoches, etc. etc.
Debí dejar el secundario para trabajar y ayudar de ese modo a mi papá. Cuando tenía 22 años comencé el secundario de adultos, que en ese tiempo era de cuatro años. Fue un desafío: de mis cuatro hermanos, sólo dos terminaron el primario y abandonaron el secundario.
En segundo año conocí a mi actual pareja. Cuando cursaba el tercero, nació nuestro primer hijo, Andrés, a pesar de que “no estaba en los planes”. La mamá tuvo que dejar sus estudios para criarlo; cuando yo terminé, cuidaba del nene mientras ella terminaba de cursar el secundario.
Después de recibirme de bachiller, con promedio de más de 8, me decidí a estudiar Abogacía. Quise anotarme en la UBA, pero por varios motivos no pude. Me inscribí entonces en la Universidad de Morón. Mi señora trabajaba de empleada doméstica para ayudarme a costear los estudios, y yo de lavacoches. Gastábamos poco para afrontar los presupuestos de mis estudios y los nuestros. Nos privábamos de muchas cosas. A mitad de la carrera nació Carla, nuestra segunda hija. Yo estudiaba a la noche, cuando podía, y mientras todos dormían. Estaba agotado pero feliz: buscaba un futuro mejor para ellos.
En 2006, después de innumerables contratiempos de todo tipo, por fin pude recibirme de abogado. Seguí por mucho tiempo más trabajando de lavacoches. Mi sueño fue siempre trabajar en el Poder Judicial, o en alguna repartición estatal, en la parte de Legal Penal. Entre cursos y jornadas, asistí a casi treinta eventos de posgrado.
En 2009 aprobé el examen de ingreso para entrar al Ministerio Público de la provincia de Buenos Aires como empleado administrativo, pero en la entrevista me sugirieron que por ser abogado iba a tener menos posibilidades de ingresar, ya que ellos, de alguna manera, preferían estudiantes de la carrera. Y que un abogado estaba como muy capacitado.
En abril de este año me inscribí para un curso de Instructor Judicial de la Procuración General de Buenos Aires. También aprobé el examen, pero en la entrevista previa al dictado del curso nuevamente no tuve chances: por lo bajo me dijeron que la prioridad la tenían los que trabajaban en el Poder Judicial. Me inscribí también en el padrón de aspirantes a ingresar al Poder Judicial con el Nº 2.221, sin novedades a la fecha.
Envié currículums a varios lugares y reparticiones públicas y no he tenido nunca un llamado. Yo supongo que debe ser porque no tengo contactos o por mi edad. No creo que sea por tener hijos. No quiero fama. Lo único que quiero es trabajar en algo referente a lo mío...
Américo Ojeda
ramonsolo@hotmail.com
El Comentario
La dignidad de un laburante
Repasemos la carta sin apuro. Es un glosario del esfuerzo de los argentinos de “buena madera” y con ganas de progreso y equidad. Américo estudió en la primaria a la luz de las velas. Y se recibió de abogado estudiando de noche mientras su familia dormía, en medio de privaciones, sin arriar nunca la bandera de la dignidad laburante. Su mujer limpió casas y él hizo de lavacoches mientras se quemaba las pestañas para tener su diploma. Tiene 40 años y ganas de trabajar de abogado. ¿Llegará su reclamo hasta Scioli?
Por Osvaldo Pepe
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