jueves, 19 de enero de 2012

La última esperanza: Nuestra voluntad de vivir

Osho, ¿por qué es que tanta gente renuncia a su inteligencia, su sensibilidad, su responsabilidad y su individualidad cuando se convierte en parte de un grupo? ¿El espíritu rebelde debe estar siempre solo?

No te arrepientas de nada si viviste con el corazón

Básicamente, el espíritu rebelde es la experiencia de la propia individualidad, libre por completo de todas las formas de esclavitud psicológica. Es una revuelta en contra de ser un diente del engranaje, en contra de la mentalidad de las multitudes. La mentalidad de las multitudes es la más baja que hay. Es la menor sensibilidad, la menor conciencia, el menor amor, la menor idea. La gente nada más sobrevive, no vive, porque la vida no es una danza.

La multitud no quiere nunca que nadie sea único: lastima su forma de pensar. La persona única es una humillación, porque le recuerda a la gente lo que pudo haber sido. La presencia de la persona única hace conscientes a los demás de lo que se perdieron; y lo que se perdieron fue toda la vida. No pueden perdonar a la persona única, aunque no les ha hecho ningún daño y siempre ha prestado grandes servicios a la humanidad: ha creado más belleza, ha traído más poesía a la vida, ha compuesto más canciones del alma. Es la sal de la tierra.

Todo lo que es el ser humano, aquello que tiene de grande proviene de la aportación de unos cuantos individuos únicos. Pero la multitud no puede perdonarlos. Puede perdonar a los criminales, puede perdonar a los asesinos, puede perdonar a los políticos, puede perdonar a la persona que sea, pero no perdona a quien tiene una individualidad propia, a quien no es parte de la mentalidad colectiva.

Esto me hace pensar en la crucifixión de Jesús. Era completamente inofensivo. No le había causado ningún mal a nadie y no era un delincuente. Además, el gobernador general de Judea era romano, no judío. Judea estaba sometida al Imperio Romano y cada año, en las festividades anuales de los judíos, éstos podían cada año, en las festividades anuales de los judíos, éstos podían indultar a una persona de las que iban a ser ajusticiadas ese día. En esa fecha se decidía con todos los criminales que estaban sentenciados a muerte. Millones de personas se reunían en Jerusalén y consideraban una gran diversión ver a los crucificados. Así de bárbaro es el instituto de la multitud.

El gobernador general, Poncio Pilato sabía perfectamente que este joven, Jesús, no era un delincuente. Pero toda la masa de los judíos, sus sacerdotes, el alto sacerdote, pedían unánimes que lo crucificaran. Pilato trató de convencer a los sacerdotes, pero ellos no escucharon los intentos de convencerlos. Por último, Poncio Pilato habló con Jesús y se sintió muy apesadumbrado por este joven. Jesús tenía apenas treinta y tres años; no había visto más que treinta y tres primaveras en su vida y esto era completamente injusto.

Pero Poncio Pilato era un político, y los políticos no saben nada de justicia e injusticia, de lo bueno y de lo malo. Siempre piensan en términos de poder. Todo lo deciden a modo de conservar el poder. Tenía miedo de que si se negaba a crucificar a esta persona joven e inofensiva, se pondría en peligro su carrera política. Los judíos apelarían al emperador romano y Pilato sería retirado de Judea. Corría peligro su carrera, su respeto, su poder y riqueza (en Judea era casi un rey). Pero de todos modos hizo su mayor esfuerzo. Habló con Jesús y se convenció aún más de que era inocente.

Quedaba una esperanza, porque había otros criminales que iban a ser crucificados con Jesús. Le preguntó a la multitud a quién querían perdonar, con la esperanza de que recobrarían la cordura con respecto a este hijo suyo, completamente inocente, y le pedirían que le salvara la vida. En comparación con Jesús, los otros dos eran de los peores criminales. Uno había cometido tres asesinatos y varias violaciones, y el otro, y el otro había asesinado a siete, era un borracho y era una molestia. Había pasado en la cárcel casi toda la vida. Salía, y en cuestión de dos o tres días era inevitable que hiciera algo que lo devolviera a la cárcel. La cárcel era su casa. Se llamaba Barrabás, y cuando Poncio Pilato preguntó a la multitud a quién querían liberar en esa fiesta religiosa, su fiesta, la festividad nacional, la masa gritó con una sola voz: “Queremos a Barrabás”. Ni si quiera Barrabás podía creerlo. Veía al joven… le habían dicho que Jesús era completamente inocente. Hasta Barrabás se sintió avergonzado y culpable de que lo salvaran. Esos tontos gritaban su nombre, ¡y los había hostilizado toda su vida! Pero quedó rescatado y Poncio Pilato, por la frustración, entró y se lavó las manos.

El acto de lavarse las manos había pasado sin ningún comentario hasta que llegó Sigmund Freud, casi dos mil años después. ¿Por qué se lavó las manos? Sigmund Freud, que siempre estaba en busca de símbolos profundos, dijo que cuando la gente piensa que hizo todo cuanto pudo, se limpia las manos de eso; ya no tiene nada que ver. Pilato ya no era responsable de la crucifixión de una persona inocente e inofensiva.

Pero, ¿por qué la multitud estaba en contra de Jesús y no de Barrabás? Porque cuando lo soltaron, apenas al tercer día, Barrabás volvió a matar a alguien y regreso a la cárcel.

Hay que entender la psicología de las masas. Me preguntas por qué tanta gente renuncia a su inteligencia, su sensibilidad, su responsabilidad y su individualidad cuando se convierte en parte de un grupo. Cuando una persona forma parte de un grupo, una multitud, una masa, una colectividad, renuncia a sí misma. Como existe el grupo, deja de existir. Como individuo, cometió un suicidio. A partir de ese momento, piensa como piensa el grupo, vive a la manera del grupo. Será obediente, servil, un esclavo perfecto, porque cuanto más perfecto sea como esclavo, más lo respetará la masa, el grupo, la colectividad de la que forma parte. La colectividad honra a los que se sacrifican.

Sí, el ego se satisface. Para satisfacer al ego se sacrifica todo: la inteligencia, la sensibilidad, la responsabilidad, la individualidad y la persona se convierte en una parte mecánica que no puede negarse a nada.

El rebelde tiene que mantener su individualidad. Eso no significa que no pueda hacer amigos, amar a los demás, reunirse con la gente. Significa que ama sin perder su individualidad, sin perder su libertad. Puede convertirse en parte de un grupo. Puede ser parte de un grupo, pero le deja claro que no se pliega a él ni a nadie, sino que se une con su individualidad intacta, su inteligencia libre, su individualidad indemne. Respeta al grupo y espera el mismo respeto; ni es esclavo del grupo ni el grupo es su esclavo: son amigos. Pero hasta hoy no ha habido esos grupos.

Es mi sueño, mi esperanza, porque todos los grupos (religiosos, políticos, sociales) han estado en contra del individuo. Quisiera ver en todo el mundo comunas que no estén en contra del individuo. Quisiera ver en todo el mundo comunas que no estén en contra del individuo, sino que lo apoyen y lo nutran. El grupo en sí no tiene alma; el alma pertenece al individuo. El grupo existe para el individuo y no al contrario. El individuo no existe para el grupo.

Pero hasta ahora la regla ha sido la siguiente: el que es cristiano existe para el cristianismo; el cristianismo no existe para él. El que es hindú existe para hinduismo y si tiene que morir, morirá por el individuo; pero el hinduismo no vive ni muere por ese individuo. Sólo palabras, ideologías, ficciones que han destruido la realidad. El individuo es la única realidad, la corona de la existencia, la cumbre a la que llega la existencia.

Por eso enseño que hay que ser un rebelde. Eso no significa que los rebeldes no tengan amigos, que no vayan a vivir en comunas, que tengan que llevar una vida solitaria en las cuevas del Himalaya; no es de ninguna manera mi intención. Quiero cambiar la estructura. La sociedad debe ser para el individuo; así no es perjudicial. Debe ser una ayuda, un espacio nutricio para el crecimiento, para la inteligencia, para la conciencia, para la sensibilidad; y habrá bastante lugar, bastante territorio para cada individuo.

El pasado ha sido completamente horrible. Incluso en las relaciones mínimas, incluso en las familias se aplasta al individuo. Hasta dos personas que se casan ponen en riesgo sus individualidades. Corre peligro su inteligencia. Al cabo de miles de años, nos hemos acostumbrado a poseernos unos a otros. La libertad no es más que una palabra hermosa. Los poetas le entonan cantos, los soñadores sueñan con ella, pero en realidad no es más que una esclavitud enferma.

Tom quería casarse, así que le escribió a su padre para que lo aconsejara. El padre le respondió: “No te imaginas lo contento que me siento de saber que estás a punto de casarte. Verás que el matrimonio es el estado más maravilloso de dicha y felicidad. Tu querida madre está aquí, frente a mí en la mesa. Al verla, me doy cuenta con mucho orgullo de los plenos y maravillosos que han sido nuestros años juntos. Por lo que más quieras, cásate. Tienes nuestra bendición. Será el día más feliz de tu vida. Sinceramente, tu papá.

P.D.: Tu madre acaba de irse. Quédate soltero, no seas idiota”.


Así son las cosas. Todos tratan de esclavizar a los demás; naturalmente, en la esclavitud comienzan a morir cosas muy delicadas: la inteligencia, la sensibilidad, la responsabilidad, la individualidad. El matrimonio es el grupo más pequeño: sólo dos personas. Después los grupos crecen y crecen. Cuanto más grande es un grupo, más se pierde el individuo.

Luego vienen las naciones, las grandes religiones (hay setecientos millones de católicos). El que se convierte al catolicismo o el que nació, por desgracia, en el catolicismo no tiene ninguna posibilidad, ningún espacio para crecer. En todas partes cortan las alas; reducen a las personas de todas las maneras posibles, porque si toleran la libertad de una persona, corren el peligro de que ya no sea católica. Hasta podría ponerse en contra del catolicismo.

En la escuela, un niño lloraba y su maestra le preguntó:

-¿Qué pasa, Juanito? Nunca habías llorado tanto. ¿Se murió alguien?

-Es peor que eso. Mi perra tuvo siete perritos. Les pregunté si eran católicos y todos agitaron la cabeza, así que me puse muy contento.

-¿Entonces, por qué lloras?

-Hoy abrieron los ojos y cuando les pregunté si eran católicos, se miraron unos a otros y no respondieron.


Uno tiene que ser ciego para ser católico, mahometano, hindú o budista. Al abrir los ojos, se vuelve imposible seguir confinado por supersticiones, y una serie de mentiras, y creer en ficciones cuando la inteligencia abriga dudas. La iglesia exige a sus feligreses que nunca duden; dudar es el mayor pecado. Pero la inteligencia no crece sin dudar, sin cuestionar. Cuestionar es la forma natural en que crece la inteligencia. Limitarse a creer significa que la inteligencia no necesita crecer. ¿Para qué? ¿Por qué? No hay nada que buscar, nada que indagar. Basta tener fe en el sacerdote y cerrar los ojos.

Así ha sido, pero no tiene que ser así para siempre. Los que me entienden claramente pueden ver que ya está pasando. Nadie les dicta nada, nadie los castiga, nadie les dice lo que está bien o mal. Por eso me condenan en todo el mundo. Quizá ningún hombre haya sido condenado de manera tan agresiva, tan violenta, en una escala tan grande. ¿Cuál es mi delito? Mi delito es que trato de crear grupos en los que las personas sean individuos, buscadores inteligentes, meditadores, amantes. No creyentes, no fieles de ningunas escrituras sagradas, no fieles a ningún profeta muerto. Son personas que únicamente confían en su inteligencia, en voz callada y pequeña, oída en el silencio de su corazón, en meditación profunda.

¿Quién soy para impartir un código moral? Cada quién tiene que encontrar su moralidad, y sólo la moralidad que cada quien encuentre en sí mismo le dará dignidad. No será un cautiverio. El individuo no se sentirá agobiado, esclavizado, encarcelado. Por el contrario, se sentirá integrado, cristalizado, más puro y más claro. Vive según sus propias luces, y cuanto más las aproveche, más crecerá su inteligencia, su silencio.

Recuerda siempre que si dejas de usar algo, muere. Deja de usar los ojos unos años y ya no podrás ver.

Aquí, en Pune, vivía hace unos años un hombre hermosísimo, Meher Baba. Había guardado silencio tal vez durante más de cincuenta años. Al principio, hizo un voto de silencio nada más de tres años, pero disfrutó tanto el silencio que continuó otros tres años. Después de tres años, sigue callado… tres años es el límite. Después de tres años, si sigue callado, las cuerdas vocales comienzan a morir. Sin uso, cualquier máquina cualquier mecanismo se vuelve chatarra.

Cobró fama en todo el mundo y la gente le pedía que hablara. Baba prometía: “A partir de mi próximo aniversario comenzaré a hablar”. Declaró esto casi veinte veces, y cada año, cuando llegaba el día de volver a hablar, no hablaba. La gente se preguntaba cuál sería el motivo de que no hubiera cumplido su promesa, si era un hombre veraz.

Pero nadie se fijó en una cosa sencilla…

Cuando viajaba por el país, al llegar a Ahmed Nagar, donde Meher Baba vivía la mayor parte del tiempo, me hacía una visita su secretario privado, Adi Irani. Baba tenía también un lugar Pune, pero la mayor parte del tiempo vivía en Ahmed Nagar.

Cuando llegaba a Ahmed Nagar, Adi Irani me decía muchas cosas de Meher Baba y me hacía muchas preguntas. Me preguntaba por qué no hablaba. Entre sus discípulos, reflexionaban mucho sobre eso.

No tienen nada que reflexionar. Ha estado callado demasiado tiempo. Lo intenta, hace un esfuerzo y por eso sigue prometiendo. Pero el mecanismo falló. Puedo decirte -le expliqué a Adi Irani- que nunca volverá a hablar. No es que mienta; de hecho, se esfuerza, intentará hablar hasta con su último aliento, pero, ¿cómo puede hablar, si no funciona el mecanismo del habla?

-¡Qué extraño! Ninguno de nosotros lo había pensado, pero es posible que tengas razón.

Así fue que ocurrió: Meher Baba nunca habló y hasta su muerte siguió prometiendo que hablaría, pero no pudo hacer nada.


El que no usa su inteligencia, y toda la religión quiere que sus fieles no usen su inteligencia… su estrategia es que crean, que tengan fe. No dicen directamente: “No usen su inteligencia”, pero de manera astuta e indirecta impiden que la gente piense. El que tiene fe no necesita inteligencia. El que tiene creencias no necesita inteligencia, y el hombre que se vuelve un retrasado por las creencias y por la fe no puede ser sensible. La sensibilidad necesita una gran inteligencia. Cuanto mayor sea la inteligencia, más sensible es una persona. Los búfalos no son sensibles ni tampoco los burros. Se necesita inteligencia para ser sensible.

Pero ninguna religión quiere que la gente sea sensible. Tienen miedo de que se vuelva demasiado poderosa. Una persona sensible se convierte en una potencia, un enorme centro de energía. Tiene su propia inteligencia, tiene su propio amor, tiene su propio conocimiento de las cosas. Tiene claridad de visión, tiene un sentido estético de la belleza. Todas estas cosas son peligrosas.

La esposa no quiere que el esposo sea sensible a la belleza, porque es un peligro. Hay tantas mujeres hermosas; es mejor aplastar completamente la sensibilidad a la belleza. Así, el esposo es para siempre un mandilón. De la misma manera, ningún hombre quiere que su esposa sea sensible a la belleza, porque hay muchos hombres y si el corazón de la esposa vive y late, si todavía siente la primavera… hay un peligro. Puede enamorarse de alguien y eso no está en manos del esposo. Cuando alguien se enamora, no puede hacer nada, se vuelve impotente.

El grupo exige que uno se mate y apenas sobrevive; eso no es vivir. Sobrevive lo suficiente para que lo usen como obrero, oficinista, policía, presidente, primer ministro… pero apenas sobrevive, nada más que eso. Al llevar una existencia total e intensa, al quemar la flama de la vida por todos lados, una persona se convierte en un enorme peligro para la multitud, porque todos empiezan a sentir que también hubieran podido vivir de esa manera. Esta danza habría sido también la suya; esta canción también habría sido la suya.

Como esa persona les recuerda las heridas que llevan y esconden dentro, como los deja desnudos y expuestos ante sus propios ojos, no pueden perdonarla.

Sócrates y Jesús y Al-Hillaj Mansur y Sarmad, estas hermosas personas, estos individuos que no fueron parte de ningún grupo, de ninguna sociedad, que se mantuvieron como solitarios cedros de Líbano en lo alto del cielo, solos, casi alcanzando las estrellas… despertaron celos en los demás, miedo en los demás y, lo importante, abrieron sus heridas. Duele, duele tanto que es mejor suprimir a esas personas para que los millones que perdieron el alma, que se vendieron en el mercado, vuelvan a tranquilizarse.

La explicación de que en el pasado inutilizaran a los individuos es muy clara. Pero el futuro no tiene que repetir el pasado. El futuro tiene que traer un nuevo amanecer para la conciencia del hombre. Los individuos pueden vivir juntos, compartir su amor, compartir su alegría, compartir su sabiduría, pero no es necesario que posean a nadie, ni siquiera a sus hijos. Nadie tiene el derecho de poseerlos. Vienen por medio de sus padres, pero ellos no son sus propietarios.

No hace falta ningún matrimonio. Son las horribles instituciones creadas por la mente colectiva. No hacen falta las naciones. Con la desaparición de las naciones, las guerras desaparecerán automáticamente. No se necesitan religiones organizadas porque la religión es un fenómeno privado. No es asunto de nadie interferir con mi religión.

Además, mi religión no pertenece a ninguna tradición. Los que se afilian a una tradición no tienen religión; sólo tienen un sistema de creencias. No han encontrado ninguna verdad por su propio esfuerzo, no han creado nada que puedan decir que es su contribución a la existencia. No tienen ningún derecho a la oración. La existencia les dio la vida y todo lo que implica la vida: sus dones y son inconmensurables. Pero si no pueden aportar nada creativo, sus oraciones no son más que engaños. No hay ningún Dios que los escuche; al hablar, se dirigen a ellos mismos.

Si una persona habla sola le dicen que está loca, pero si dice que reza la llaman santa y religiosa. También está loca, porque no hay Dios, no hay evidencias, no hay pruebas. Sería mejor si le hablará a los árboles; por lo menos, son alguien. Pero eleva la mirada al cielo con la esperanza de que Dios escuche sentado en su trono dorado. Durante millones y millones de años ha escuchado plegarias… o bien enloqueció y saltó de su trono dorado para suicidarse o bien se quedó congelado, fosilizado. No son escuchadas las oraciones de nadie ni menos son respondidas las oraciones de nadie: todas las oraciones son monólogos. Pero la sociedad ha jugado con los individuos de forma tal que hasta se elogia la locura si eso sirve para controlar a la gente. Toda la moralidad (también llamada la “disciplina religiosa”) no es otra cosa que tener controlada a la gente.

Quiero que te controles, que asumas la responsabilidad en tus propias manos. Mantente alerta y de tu conciencia vendrán todas tus relaciones, amistades, amores, sociedades, comunas; no es necesario que nadie se sacrifique.

Hymie Goldberg le llamó por teléfono a su esposa desde la oficina:

-Quisiera llevar a Cohen a cenar.

-¿Hoy? -le gritó ella-. Idiota, ya sabes que la cocinera acaba de renunciar, estoy resfriada, al bebé le duelen las encías, el horno se descompuso y el carnicero ya no nos dará crédito hasta que no le paguemos.

-Ya lo sé. Por eso quiero llevarlo, para que vea todo el cuadro. El pobre diablo quiere casarse.


Todas nuestras relaciones se han vuelto venenosas y se necesita una gran revolución para cambiar esta basura que se ha acumulado con los siglos alrededor de nuestro ser. Pero se puede, y no sólo es posible, sino que es preciso que ocurra, porque todo tiene un límite; esta locura en la que hemos vivido milenios llegó a su punto álgido. Por esta locura creamos las armas nucleares, a sabiendas de que si estalla una guerra, será la destrucción de todo. Nadie perderá, nadie ganará. Sin embargo, las naciones siguen fabricando armas nucleares. Hasta las naciones pobres, que no pueden alimentar a su pueblo, quieren unirse a la carrera, quieren gastar miles de millones de dólares en material bélico destructivo.

Casi la mitad del pueblo de la India tiene hambre; se van a dormir sin nada en el estómago. Son afortunados si pueden comer una vez al día. Pero la India está dispuesta a vender trigo para comprar más materias primas que se necesitan para generar energía atómica, fabricar armas nucleares y alistarse para la tercera guerra mundial. No es que alguna persona se haya vuelto loca, es que toda la humanidad enloqueció. Es el límite, insoportable. O nos suicidamos por todos esos idiotas que están creando la situación para un asesinato mundial o cambiamos todo el pasado: las instituciones, la educación, las formas de vivir, las formas de ser religioso. Si no nos preparamos para una revolución total, no nos salvaremos.

Tengo la esperanza de que por mucho que hayan enloquecido los seres humanos, de todos modos quieren conservar la vida. Su voluntad de vivir es la única esperanza que queda. Tenemos que alimentar la voluntad de vivir. Tenemos que prender incendios arrasadores en todo el mundo para que haya más vida, más amor, más cantos, más música; para que se vuelva imposible que la humanidad siga hasta el suicidio a estos dementes políticos, científicos y demás. Todo depende de la vasta humanidad del mundo. Si los seres humanos: “Hemos decidido vivir y hemos decidido hacer más hermoso al mundo y hemos decidido disolver las naciones para que desaparezcan las guerras y hemos decidido suprimir las religiones porque también son causa de guerras y discriminación…” Si no se produce el milagro, la historia de la humanidad ha llegado a su último capítulo.

Reflexión personal: Necesitamos una gran revolución, pero no externa sino interna. Lo demás, después de un tiempo, será la sombra de lo que hallamos en nuestro interior. Nuestro deber es cambiar rotundamente todos los días, abrirse al espacio, dejar a la mente y sentirse más grande que él. Irradiar amor hacia todos, empezando por nuestro hogar pero expandiéndose hasta todos los horizontes que veamos con nuestros ojos y con nuestro espíritu. C.A.A.


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