La desorientación
más absoluta es hoy la característica intrínseca de la escena política. El
grado de desconcierto es atípico. Todo cuanto acontece tiene ribetes
desopilantes. Cada discurso de la
Presidente es un unipersonal digno de ser llevado, en el
verano, a la costa o a Carlos Paz.
Es sabido que hasta los funcionarios más aviesos, los
que la aplauden denodadamente, escuchan dislocadas a las palabras de las ideas,
y al relato de los hechos. ¿Por qué entonces asienten y rinden pleitesía una y
mil veces? Por la misma razón, por la cual la sociedad se mantiene en silencio,
haciendo catarsis en redes sociales o refunfuñando dentro de cuatro paredes.
Cinco letras nos unen irremediablemente: Miedo.
Mientras unos se preguntan cómo salir ilesos del
laberinto en que se metieron, aun siendo responsables de ello; los otros, es
decir nosotros, nos interrogamos acerca de cómo y cuándo termina todo esto. Y
posiblemente algo de responsabilidad nos quepa, aunque no lo aceptemos. En
síntesis, podría decirse que, de un modo u otro, todos estamos siendo cómplices
del gobierno.Sí, suena duro y feo.
En este contexto, Cristina Kirchner avanzó y seguirá
avanzando, gozando de los aplausos de unos y de los silencios del resto, aunque
sólo le quede por avasallar las libertades individuales, tarea que ha comenzado
de un tiempo a esta parte. ¿Por qué puede hacer esto? La respuesta es
deleznable pero es más simple de lo que parece: el pueblo se lo permitió y se
lo sigue permitiendo.
En El Hombre
Rebelde, Albert Camus sostenía que callarse es dejar creer que no se juzga ni
se desea nada. La desesperación juzga y desea todo en general, pero nada en
particular, y por ello deviene fácilmente en silencio. Lo furtivo y efímero del
último blandir de las cacerolas ha demostrado con claridad esto.
El pueblo argentino es reflejo de sus gobernantes. No
cree en nada, por lo tanto nada tiene sentido, no afirma valor alguno. Todo es
posible pero nada tiene importancia. Hasta la maldad y la virtud son azar o capricho.
La acción es reemplazada por el diletantismo, y así la vida se convierte en una
espera.
En este ámbito, nada es verdadero ni falso, ni bueno ni
malo. Y si acaso adjetivamos algo en el instante en que acontece, el adjetivo
caerá por inercia en horas apenas. Un ejemplo: la confiscación de fondos de las
AFJP causo estupor, pero ya pasó. La vida sigue como un mar sometido,
indiferente a cualquier corriente. Si la apatía resta valor, no tiene sentido
ser honesto, o no, basta con ser el más fuerte.
Esto sucede en la Argentina. Cristina
tiene un gran andamiaje comunicacional, y una habilidad indiscutible para
hallar artilugios que sumen a su intención: perpetuarse. Necesita como nunca a
la sociedad apática, anestesiada, entretenida con nimiedades, debatiendo si
Daniel Scioli hace bien en enfrentarla, o si Tinelli ganó audiencia en su
franja horaria. De espera en espera -decía Epicuro- consumimos nuestra vida, y
nos morimos todos en la costumbre, en la rutina.
Lo asombroso no es que el oficialismo siga manipulando
al pueblo con ficciones y circos: Tecnópolis es ejemplo de ello. Lo viene
haciendo hace 9 años. Lo asombroso es que, desde el momento en que la sociedad
toma conciencia de que ese tipo de entretenimiento es una herramienta del
poder, para mantener el status quo, y el gatopardismo, no haya un rechazo
generalizado a consumirlo.
Cristina Kirchner puede no saber de economía pero sabe
de manipulación, y esta es la cicuta de los argentinos. Bebida a conciencia
supone un estado más grave de lo que se piensa.
¿Por qué esta inclinación por gobiernos indignos? Es
muy difícil aceptar algún grado de culpa en todo esto. El “yo no la voté” sirve
como atenuante para redimirnos a nosotros mismos, pero no soluciona ni evita
que vuelva a repetirse una elección, sin apatía frente a lo elegido.
A esta altura se preguntarán qué es lo que se puede
hacer. Rebelarse. No tomando como rebelión el concepto vacuo de desorden, caos
y disgregación, sino todo lo contrario: expresándose, perdiendo el miedo a
diferenciarse, dejando de esconderse detrás de seudónimos o apodos que sirven
de coraza pero no aportan ninguna savia.
Jugarse no es
pararse frente al delincuente y decir “-aquí estoy máteme”, pero tampoco es
esconder la identidad por temor a una inspección impositiva. ¿No nos da un poco
de vergüenza que así sea?
Si los argentinos manifestamos temor a la visita de la AFIP , dejemos entonces de
quejarnos por quienes detentan el mando. Ellos han logrado su cometido.
Ganaron.
Este análisis trae a colación una nota que escribí
sobre por qué Cristina es la
Presidente que Argentina debe tener hoy día. Y es que si
acaso no es justo aducir que “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”, hay
sí que admitir que cada país está demostrando tener un presidente que es
reflejo de su gente.
Ya no se elige a los mejores sino a los semejantes,
aunque tengan rasgos más grotescos comparados con el grueso del pueblo. Hay
coherencia en que Pepe Mujica conquistara Uruguay; Evo Morales a Bolivia; Lula
y Dilma a Brasil; Piñera a Chile, y Merkel a los alemanes. La hipótesis es
polémica pero no parece ser incierta. ¿Qué sucede con Hugo Chávez?- se
interrogó a José Mujica. Su respuesta fue contundente: “Para Venezuela está
bien” Del mismo modo, si se interroga por Cristina Kirchner se podrá decir que,
para esta Argentina, está bien. ¿Alguien se atreve a sostener lo contrario? ¿Y
por qué?
Narcisista, pagada
de sí misma, ególatra, caprichosa, intolerante, no parece muy distinta al
argentino promedio. Desde luego las generalizaciones son odiosas, pero es dable
confesar que representa al conjunto social con una exactitud difícil de negar.
¿O no se embelesó la clase media con las cuotas para plasmas, mientras se
desmantelaban las instituciones básicas? Y dentro de las clases bajas, ¿no hay
muchos que prefieren el plan social a trabajar, y tener la netbook regalada?
Una sociedad que se desgarra las vestiduras apenas 48 ó
72 horas por una seguidilla de crímenes aberrantes y cuando llega el fin de
semana, no recuerda nada más; una sociedad que saca las cacerolas y sin que
cambie un ápice, las guarda… En definitiva, una sociedad que prioriza el
bolsillo antes que la vida,no dista considerablemente de parecerse a quién
encarna el Ejecutivo Nacional. A engañarse a otra parte. El espejo delata.
¿Qué podría hacer un Domingo Sarmiento en esta
Argentina actual? Sarmiento existió cuando los argentinos preferían la
civilización a la barbarie; y al progreso se llegaba de mano de la educación,
no de un electrodoméstico.
Nos igualamos
fatalmente a la
Presidente. Ella incumple leyes, nosotros rompemos reglas.
Ella no escucha al otro, nosotros tampoco. Pretender que cambie es como
exigirle a un argentino que deje de ser ostentoso, individualista o pedante. Si
nosotros echamos la culpa a otros del gobierno que tenemos, ¿por qué Cristina
Fernández se haría cargo de su ineficiencia constante?
“No nos ahogamos por falta de oxígeno, sino por falta
de capacidad en los pulmones” La cita es de Franz Kafka. Y a buen entendedor
pocas palabras…
Gabriela Pousa,
argentina, es Licenciada en Comunicación Social y Periodismo por la Universidad del
Salvador (Buenos Aires) y Máster en Economía y Ciencias Políticas por la ESEADE. Es
investigadora asociada a la
Fundación Atlas , miembro del Centro Alexis de Tocqueville y
del Foro Latinoamericano de Intelectuales. Actualmente asesora a entidades
diplomáticas, grupor inversores y empresas en temas vinculados a política y
economía. Es conferencista en diversos foros de Análisis Política y colabora
como editorialista del diario La
Nación de Buenos Aires. Es autora de “La opinión pública:
nuevo factor de poder”.
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