Dar por finalizada una pareja no es fácil. Pero recurrir a
frases mentirosas no ayuda en nada, es más, son un cuasi insulto para el
intelecto de quien las recibe. Acá, un análisis de las razones menos verdaderas
y más usadas a la hora de decir “no va más”.
Terminar una
relación es de por sí difícil. Pero mucho más complicado todavía resulta ser el
susodicho del otro lado de la cuestión, es decir, “el dejado”. O, para buscar
otros términos más contundentes y menos amigables: el repuesto usado, la miel
vencida o las dos tapitas húmedas de una galletita a la cual se le comió el
relleno. Decile como sea que no va a dejar de ser doloroso. Es que no hay forma
agradable de comunicarle al señor o señorita de turno que ya no es bienvenido
en estos pagos e invitarlo a que “siga participando”.
Propongo
olvidarse de las sutilezas y decir lo que hay que decir de forma sencilla y
escueta. Nada de metáforas, ni excusas poco creíbles, hay que ir al grano, al
meollo (¡qué linda palabra!) de la cuestión. Es menos desgarrador arrancar una
curita de golpe que en pequeñas tandas. Total, el vello protector volverá a
crecer, no desesperen. Un “ya no va más” o “no siento lo mismo que antes” es
preferible a la sarta de excusas que se repiten sin cesar y que son mucho más
indignantes que la verdad a secas.
Quien diga el
famoso “no sos vos, soy yo”, por
ejemplo, amerita recibir un listado de improperios sólo por carecer de
originalidad. De verdad, muchachos, esa excusa está tan trillada que hasta
existe una película con ese título. Sean un poquito más creativos o limítense a
decir las cosas como son. Es preferible un “ya no te amo”. Y si no saben
encontrar mejores palabras, escuchen un poco a Sabina, quizás puedan robarle algunas
líneas del tema “No puedo enamorarme de tí”. No sé cómo lo hace, pero este
cantautor español debe ser de las pocas personas que logra decir “no te quiero”
con estilo y sin que una se ofenda tanto. Claro que debe ser, en gran parte,
porque es Sabina y porque sus letras no están dedicadas a una. Imagino que las
señoritas dejadas por Joaquín seguramente habrán querido revolearle algún que
otro insulto cuando el señor les cantaba que no las quería más.
“Necesito un
tiempo para encontrarme” no es digno de ser
escuchado por el dejado. No se lo merece. ¿Un tiempo para encontrar a quién? Si
estás perdido comprate un GPS emocional e incrustátelo en el medio de tu ser,
pero no vengas con esa mentira. Además, si en toda tu vida no pudiste ubicar
dónde estás, dudo que vaya a suceder en cuestión de semanas o meses. Y eso de
decir “un tiempo” es espantoso, porque pone al otro en una suerte de pausa, de
limbo impreciso. ¿Qué se supone que tiene que hacer el futuro dejado mientras
vos estás nadando en tu reloj de arena? ¿Esperarte contando cuántos caramelos
le quedan en el pastillero? Creo que es mejor cortar de una vez y permitir que
el dejado revolee su libertad sin limitaciones.
“Estoy
atravesando un momento difícil”. ¿En serio? ¿Y de qué se trata? Porque decir eso es
la nada misma. El término “momento” es demasiado amplio. y “difícil” tampoco
especifica de qué va la cuestión. Quien lo escuche probablemente sienta que hay
algún tercero involucrado. Así que esta razón lejos de permitir al dejador
eludir la necesidad de tener que explicar el motivo del fin, lo pone en graves
aprietos. Es probable que su pareja lo hostigue día y noche para que confiese
su supuesto amorío. Así que, olvídense de esta frase, que es muy poco efectiva
y fomenta la paraonia.
Y por último,
una mención especial para una técnica que viene de antaño y ya bien puede
clasificarse de “clásico infaltable”: desaparecer sin dar ningún aviso.
Así es, todavía están los que, de un día para otro, dejan de atender el
teléfono, te borran del Facebook y Twitter. Creen que la ausencia y el silencio
es más contundente que cualquier discurso. Argumentan que no vale la pena
explicar lo inexplicable. Yo creo que son cobardes. Por más que cueste hay que
saber poner punto final. Mirar a los ojos al otro y darle la posibilidad de que
pida razones, pregunte y repregunte. Toda relación merece tener un fin. Y no
tiene por qué ser eterno, ni melodramático, sino simplemente existir. Los
finales abiertos son peligrosos porque se prestan a diversas interpertaciones,
que por lo general suelen ser bastante rebuscadas y come bocho.
Por Desirée Jaimovich. Escribe una
columna diaria que firma como "la doctora Love" en el diario MUY.
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