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martes, 23 de junio de 2009
Nuestro temperamento y el trato hacia los demás
Que difícil parece ser construir relaciones duraderas y que fácil suele ser destruirlas. Insultamos a nuestros seres queridos con arrebatos de cólera, perturbamos la paz del hogar y ofendemos a otros con ofensas y calumnias. No tuvimos intención de ultrajar, calumniar o insultar a los amigos ni de tratar despectivamente a los demás; pero por falta de control, prudencia y cuidado, nuestro temperamento se disparó de manera descontrolada, hiriendo a quien encontró a su paso y dando un lastimoso espectáculo.
De acuerdo a Orison Swett Marden, aunque algunos crean que no pueden dominar su temperamento, ya que sus estallidos acontecen sin pensarlo, lo cierto es que siempre estamos en control.
“Todos podemos regular nuestra manera de pensar y nuestras emociones, de suerte que nuestro cuerpo no funcione nunca descompuestamente ni el cerebro actúe jamás a su antojo. Hay personas que nunca pierden la serenidad, aunque las provoquen violentamente. Personas en cuya presencia no se nos ocurriría perder los estribos; en su presencia siempre estamos en control. Pero en la intimidad del hogar, donde nadie nos reprime, o delante de un empleado, muchas veces solemos arrebatarnos a la más ligera provocación.
Esto demuestra que podemos dominarnos más de lo que suponemos. Infortunadamente, en la mente y en el corazón de muchas personas anidan rencores, celos, envidias, antipatías y prejuicios que, si bien no se manifiestan muy violentamente, van creciendo allí dentro hasta envenenar el alma”.
Recuerda el postulado principal de la ley de la atracción: -Atraerás hacia ti aquello que se asemeja a lo que ya se encuentra dentro de ti.
Imagínate cómo cambiarla nuestra conducta si tuviésemos cuidado con la manera como tratamos a los demás, con nuestros modales y hasta con el tono de voz que utilizamos al dirigirnos a ellos. Los modales son un lenguaje muy influyente en nuestra actitud y en la de cuantos nos rodean.
Muchas fricciones entre las personas provienen del tono de voz, porque la voz manifiesta nuestros sentimientos y actitud respecto de los demás. El tono áspero, que expresa contrariedad y una pobre disposición de ánimo, puede suavizarse. Si cuando la cólera nos enciende la sangre bajáramos el volumen de la voz, lograríamos apaciguar la exaltación.
Todos hemos visto cómo si a los niños contrariados o malcriados se les deja llorar a sus anchas, les sobreviene la rabieta con alaridos y pataleo. Y cuanto más gritan y lloran más violenta es la rabieta. Sin embargo, también hemos visto que cuando les ayudamos a tranquilizar su voz, se extingue el fuego de su actitud.
Sería mucho mayor la felicidad en el hogar si todos los individuos de una familia acordaran no gritarse nunca. Del tono de voz sarcástico, burlón, o resentido, deriva, en gran parte, no sólo la infelicidad en el hogar, sino también las pobres relaciones en la vida social y en los negocios.
Las personas quisquillosas que se molestan y se enojan por simples tonterías, denotan con ello que no son lo suficientemente nobles como para dominar la situación y mantenerse en equilibrio. Su actitud iracunda indica que poseen una actitud pesimista y negativa contra todo lo que les rodea y por ello son víctimas de la situación, en vez de dominarla.
No hay espectáculo más lastimoso que el de una persona cuya cólera deja al descubierto su verdadera manera de ser. Pierde la razón, el sentido común y el buen juicio. Sin embargo, una vez pasado el arrebato, siente que su dignidad, decoro y estima han naufragado en la tormenta.
Las disputas en muchos hogares provienen de la incapacidad de las personas para mantener el control de su actitud mental. Ante la menor tensión, suelen tratar bruscamente aun a sus mejores amigos y a quienes más aman, y dicen cosas de las que después se avergüenzan.
Muchas veces, ya sea pública o privadamente nos referimos a otras personas en términos poco constructivos, especialmente cuando ellas se encuentran ausentes. Nada más apropiado aquí que la sabia regla de oro: tratar a los demás como nosotros deseamos ser tratados.
Refirámonos a otras personas en los términos en que quisiéramos que ellos se refiriesen a nosotros. Cuando estés hablando de alguien, siempre pregúntate: ¿Cómo se sentiría esta persona si estuviera presente, escuchando lo que estoy diciendo de ella? ¿Se sentirla bien o mal? ¿Mejoraría su autoestima o empeoraría? Recuerda que todos nosotros estamos en capacidad de impactar positivamente las vidas de aquellos con quienes entramos en contacto. Y lo hacemos con nuestro aprecio o nuestra indiferencia, con nuestras alabanzas o nuestras críticas, con nuestra sonrisa o nuestro desdén.
Piensa antes de hablar. Considera las consecuencias de tus palabras. Recuerda que ellas son causas, y una vez pronunciadas deberás vivir con el efecto que hayan generado. Muchas personas pasan años enteros, o hasta toda una vida, cargando con crueles heridas del alma, causadas inconscientemente por algún amigo querido en momentos de cólera.
¡Cuán a menudo ofendemos a quienes con mayor ternura amamos y deberíamos ayudar, sólo porque estamos de mal humor y con los nervios irritados a causa de alguna contrariedad o disgusto!
En cierta ocasión, un niño estaba rabiosamente encolerizado y por casualidad pudo mirarse en el espejo. Tan avergonzado y entristecido quedó al verse, que contuvo el llanto inmediatamente. Si los adultos pudieran verse al espejo cuando están por perder el control, seguramente que no querrían volver a dar tan deplorable espectáculo. Todos podemos cambiar si nos lo proponemos, y muchas veces el vernos como nos ven los demás nos ayuda a realizar dicho cambio.
El mundo es un espejo que refleja nuestra personalidad
En alguna oportunidad una mujer dedicada a los negocios explicaba la interesante prueba por la que había pasado:
“Al salir cierta mañana para mi labor diaria, me propuse poner a prueba la fuerza del pensamiento positivo expresada en la ley de la atracción. Había escuchado sobre los efectos positivos de una actitud positiva, y quería probar si cambiando mi manera de pensar lograba influir en los demás. Era consciente de que durante largo tiempo había sido una persona áspera, cínica y pesimista.
Lo primero que hice fue imaginarme que era totalmente feliz. A medida que avanzaba por la calle, se fortaleció mi propósito y me imaginé siendo feliz, y a la gente tratándome bien. El resultado de estos pensamientos fue sorprendente. Me pareció como si me levantaran del suelo y anduviera por el aire con una postura más esbelta y un caminar más ligero. Sonreía de satisfacción, y si veía en el semblante de los demás reflejados la ansiedad, el descontento y el mal humor, mi corazón se volvía hacia ellos con deseo de infundirles el júbilo que invadía todo mi ser.
Al llegar a la oficina saludé a la primera persona que vi con una frase amable, algo que debido a mi timidez no se me hubiera ocurrido anteriormente. Este gesto nos puso a las dos en una actitud de cordialidad durante todo el día, pues ella sintió la influencia de mi saludo.
El director de la compañía en que yo estaba empleada era un hombre muy malhumorado en los negocios, y cuando me hacía alguna observación sobre mi trabajo, yo me molestaba y resentía, debido a mi sensibilidad; pero aquella mañana no quise quebrantar mi determinación y contesté muy cordialmente a las observaciones, con lo que él se apaciguó y estuvo de buen humor todo el día.
No consentí que se interpusiera la más leve nubecilla entre mi serenidad y los que me rodeaban. Hice lo mismo en la casa donde me hospedaba, y si hasta entonces me había sentido allí como extraña por falta de simpatía, encontré calurosa amistad y correspondencia”.
Estoy convencido que las demás personas están dispuestas a venir a mitad de camino si nosotros nos tomamos la molestia de avanzar la otra mitad, hacia ellas. Pero somos nosotros quienes debemos dar el primer paso cambiando nuestra actitud y nuestra manera de ver la vida.
Para la persona negativa, nada es hermoso y radiante a su alrededor. Su mirada es siempre hosca y continuamente se queja del mal aspecto de los tiempos y de la escasez de dinero. Todo en ellas es pobre; nada es cordial, amplio y generoso. A otras personas les pasa precisamente lo contrario, siempre tratan a los demás con cariño y sólo hablan de temas que inspiren y motiven. Señalan siempre las virtudes de los demás y los tratan siempre con palabras alentadoras.
Si crees que las personas no te están tratando afectuosamente, resuelve ya mismo: “Quiero conservarme joven y saludable; y aunque las cosas no salgan a la medida de mis deseos, esparciré alegría en el camino de todos aquellos con quienes me encuentre”. Entonces florecerá la dicha a tu alrededor, nunca te faltarán amigos y compañeros y, sobre todo, tu alma gozará de paz y tranquilidad.
Autor: Dr. Camilo Cruz
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