domingo, 15 de agosto de 2010

Los puntos suspensivos...


Los puntos suspensivos. Sí, creo que sí, si tuviese que definirme a mí o a mi vida con algún signo de puntuación pienso que sería ese, los puntos suspensivos...

Ven, no puedo evitarlo, ni tan siquiera de acabar una frase soy capaz, las dejo a medias, y el caso es que no sé bien porqué; quizás por miedo a no finalizarla “bien”, quizás para no molestar o herir a nadie, quizás porque no sepa. Por lo que sea, el caso es que esta ha sido la tónica general de mi vida, no acabar nada de lo que he empezado, pero a partir de hoy todo va a cambiar, hoy pienso terminar algo...

Ya cuando era pequeño todo esto se veía. La cantidad de álbumes de cromos que habré empezado y casi completado... ...Casi.

Fueron muchísimas las aficiones coleccionistas que me invadieron; llaveros, pegatinas, etiquetas de ropa, cajas de cigarrillos... ...Innumerables. Siempre ocurría lo mismo: al principio la ilusión me embargaba, mis ojos se convertían en soles de agosto cuando veía algún objeto nuevo que añadir a la colección de turno. Semanas después la ilusión y el brillo desaparecían como desaparecen las estrellas al alba, empujadas por el poder y la luminosidad de su reina. Ya no buscaba novedades, total ¿para que?, ¿de qué me servía a mi eso?. Meses más tarde ni me dignaba a mirar aquellos objetos en un principio venerados, no sólo caían en el olvido, sino que comenzaban a molestar. Dejaban de ser el sonajero de un bebé para convertirse en trastos inútiles que ocupan sitio y cogen polvo. Siempre igual. Era en este punto cuando, como es normal, la colección dejaba de ocupar su privilegiado puesto en la pared de la habitación, o en la estantería principal, y pasaba a ocupar una húmeda caja de zapatos en lo más profundo de un armario.

Aún conservaba gran parte de todas mis colecciones incompletas, todo lo que se salvó tras la última mudanza. Ayer mismo, en un ataque de nostalgia, decidí desempolvarlas, revisarlas, ubicarlas en mi memoria, recordar el porqué y el cómo fueron hechas, y, por fin, tirarlas. Algo que debía haber hecho hace ya mucho tiempo, demasiado. No creo que sea bueno aferrarse a cosas que en el pasado ya tomaste como inútiles...

Cuando las colecciones que no pude, no quise, o no supe finalizar se fueron de la mano de mi infancia, comenzaron a llegar los “sucesos incompletos” realmente importantes, los que de alguna manera marcaron y, aún hoy, marcan mi vida. Siempre con mi estúpida tendencia a no comprometerme, a no adquirir responsabilidades. No me entiendo, nunca lo he hecho...

Dejé los estudios en cuanto pude. Además de no soportar la doctrina de determinados profesores más que pasados de fecha, tampoco aguantaba la presión de que, al menos un par de veces cada tres meses, esas mismas antiguallas tuviesen el privilegio divino de decidir si yo valía o no. ¿Qué inteligencia superior les había dotado de aquellos poderes?, ¿alguien puede decírmelo?, yo no lo se...

Aun así comprendo que hubiese sido fácil seguir, sólo había que demostrarles que pensabas igual que ellos, memorizar un par de fechas y tres o cuatro fórmulas, agradecerles de corazón aquella “magnífica educación” que tenías la “suerte” de recibir y, sobre todo, recordar siempre, absolutamente en todo momento, que dios es todopoderoso y que puede castigarte. Maldigo el día en que entré en ese colegio de jesuitas, pero más aun aquel en el que decidí salir. Ahora me arrepiento...

No sé realmente cuál es mi problema, sólo sé que no me gusta como soy, que este sentimiento no es único, ya que casi todo el mundo está de acuerdo con él, y que ya es tarde para cambiar, muy tarde. Quizás este sea realmente el principal problema, que no me gusto a mi mismo, no se, tal vez no deba cambiar y sí asumirme tal como soy. El caso es que siendo así, como soy, yo mismo, las cosas no me van demasiado bien, ni creo que me vayan a ir nunca...

Siempre se me viene a la mente una canción de Calamaro, aquella en la que dice “no sé lo que quiero, pero sé lo que no quiero”. Puede que ese sea el motivo de mi incapacidad para acabar algo. Tal vez estoy en una continua búsqueda de cualquier cosa que me motive realmente, que me haga sentirme parte de este mundo al que creo que no pertenezco. Algo a lo que quiera, es muy difícil...

La semana pasada me echaron de mi décimo trabajo en dos años, también aquí, como en todo, se repite la misma historia. La verdad es que no me ofrecen maravillas de empleos, pero esto venía con el lote de dejar los estudios, ya lo sabía, por eso ahora me arrepiento.

He ejercido en multitud de oficios, pero nunca he pertenecido a ninguno de ellos. A mí me gusta decir por ejemplo que trabajé de pastelero, no que lo fui, yo no he sido nunca pastelero, ni albañil, ni camarero. He trabajado de ello y punto.

Debo confesar que algunas de estas profesiones me motivaron en un principio, me hicieron creer que me “estaba curando”. Por fin había algo en mi vida que me ilusionaba. Era bonito convertir un solar comido por la hojarasca en un chalet adosado de tres plantas en mi etapa de peón. O crear curiosas figuras con los setos del parque en los escasos días en que trabajé de jardinero... ...Todo acababa igual. Una mañana cualquiera decidía que aquel trabajo no me aportaba nada, que ganaba más quedándome dormido un par de horas extra que en la obra, o en el parque, o en la pastelería, al menos era más coherente con mi forma de ser, ¿para que seguir?, ¿para que acabar algo?...

Al día siguiente venían los remordimientos, las preguntas de ¿qué voy hacer ahora? y ¿qué va a ser de mi?, pero una vez dado el paso que te hace comprender que lo que dejas atrás es justo lo que quieres dejar, que no tienes otro remedio, es difícil retroceder, aunque lo necesites...

Como colofón a toda una vida llena de puntos suspensivos ayer me dejo la chica con la que salía, ¡Dios! Si casi la obligue a que lo hiciera. Nunca le dije lo que sentía por ella, más que nada porque hasta hoy ni yo mismo lo sabía. No recuerdo que las palabras “te quiero” salieran nunca de mi boca en su presencia, ni tan siquiera se lo deje a entrever.

Cosas tan normales como llamarla mi novia, mi chica, mi churri o mi nena a mi me aterraban. El considerarla como algo mío hacía que me temblase el alma. Esa maldita palabra, “mi”, y ese maldito miedo al compromiso...

Hoy si que estoy temblando, estoy solo. No sólo me siento solo, lo estoy. La única persona que me comprendía se ha ido de MI vida para siempre. Me ha dejado por ser demasiado egoísta para compartir un trozo con ella, demasiado ciego como para ver que lo que realmente deseaba era regalarle una parte de mi y quedarme con una parte de ella, demasiado estúpido como para darme cuenta a tiempo que en realidad para mi ella no era sólo todo aquello que nunca le dije, no era parte de mi vida, era mi vida entera, al menos lo que quedaba de ella. Los minúsculos trozos que han querido dejar tantos años malgastados y tanta amargura contenida.

Hoy ya no me queda nada, ni esas migajas, todo se fue con ella, con mi vida. Mi vida se va con mi vida. Ella se la lleva, de ella es...

Hoy por fin haré algo de lo que nunca he sido capaz, por una vez quiero que los puntos suspensivos dejen de marcarme. Tengo algo que acabar y pienso hacerlo. La música suena para mi, el telón de mi vida está medio bajado ya. Sé lo que quiero hacer, voy a apretar el gatillo...

(Sinuhé)

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