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jueves, 17 de febrero de 2011
Elogio de la comodidad
Este es un hombre que enfrenta la dictadura del rendimiento. Llámenlo como quieran, pero a Daniel Morera, 52 añitos, no le hablen de la posibilidad de concebir una carrera, una meta, un destino y supersticiones por el estilo. No se lo preguntes porque su mirada al universo es mitad extrañeza, mitad hombros simétricamente encogidos.
Pésimo ejemplo o elogio de la incompetencia. Lo que quieran, total Daniel otra vez sonreirá y seguirá haciéndolo cuando le asegures que su caso es materia de estudio. Hace 30 años que Daniel es cajero de un peaje. ¿Cómo se le dice? “Peajista”. Hoy es peajista de AUSA. “En 1980 vi unos avisos clasificados donde pedían cajero para la primera autopista que hubo acá, la Perito Moreno”. Daniel, que había sido canillita, entre otras cosas, le hizo caso a su mujer y fue a ver de qué se trataba la autopista. ¿Autopista? Vía de circulación rápida de vehículos. Bien. “Cuando se abrió, hace un montón, me acuerdo que la gente agarraba la autopista como paseo. Estaba de moda recorrerla”.
Daniel, que podrá ser cualquier cosa menos un fóbico social, ni sabe cuánta gente atiende por día y debe hacer memoria. “Vi todos los billetes. Empecé cobrando pesos argentinos, pasé por los australes y hasta en patacones me pagaron”.
Y cuenta que pudo haber pasado a ser administrativo. El escalafón dice peajista, administrativo, supervisor ... Ante cada nueva propuesta le salía un simpático “me gustaría seguir atendiendo al público” o un amable “elijo el contacto con la gente”. Sin saberlo sus argumentos estuvieron (están) a un centímetro del “preferiría no hacerlo”, la célebre negación del Bartleby, personaje de Melville con significados múltiples por su curiosa elección de libertad.
¿Qué es la meta? ¿Y la competencia? Dani se ríe y hace que tu pregunta quede colgada como una cuestión retórica (Igual queda romántica. Un texto de Becquer sobre AUSA). “A mí no me gusta sentirme presionado. Me interesa estar cómodo y volver a casa con mi familia. Como mucho, cambié de puesto: ahora hace diez años que estoy en Dellepiane. Me ofrecen crecer, pero no quiero. Me gusta trabajar, hacer mi turno de nueve horas, sentirme bien y volver con los míos”.
¿Conocen el cuento marxista de los hombrecitos grises que llegan a un pueblo y los habitantes, de a poco, empiezan a ganar mucha plata y a desconocerse más? Otro día, porque está hablando Daniel. “No sé lo que es la ambición, yo quiero estar tranquilo. Sé que soy un caso excepcional y acá me tratan de esa manera. Me dicen que soy el peajista más antiguo de todas las autopistas argentinas y que a fin de año me van a dar una placa”. En medio de la línea recta de asfalto, este puesto, el de Daniel, debería ser considerado, además, como relevo de un manifiesto de intransigencia pasiva. “Toda mi vida viví en el Oeste, soy de ahí, tengo la casa, estoy pagando el auto, mi mujer no me cuestiona mis decisiones, hago mis nueve horas de lunes a viernes, en la empresa ya saben lo que pienso... Me siento bien”.
Y no hay que asustarse, señora. Si la sociedad empieza a ver con buenos ojos el slow life y la lentitud se convierte en movimiento frente al culto de la velocidad, si en Mar de las Pampas te permitís desenchufar el celu por 15 días y sos otro, entre comillas, ¿entonces por qué no hacerle un monumento a este soberano asalariado? Ya te van a estudiar, Dani, vas a ver. Mientras, él recibe el afecto de sus compañeros, y hasta de sus jefes. “Dada mi práctica, mientras otros cajeros despachan un auto, yo despacho tres”. ¿El brazo mecánico? Bueno, este es otro tema. “No sé si desarrollé músculos, en realidad sufro tendinitis a la altura del hombro izquierdo”.
Y cuenta de clientes, porque también hay clientes en las autopistas. “Los días de semana la gente es más o menos la misma y nos saludamos” ¿La palabra que más sale de tu boca? “Hola, qué tal. Un día el Diego pasó por mi puesto con una cupé. Tenía la remera de Boca. Pasá Diego, le dije, no te puedo cobrar”.
Y el futuro, nada, sólo será incierto para las redes sociales, la política, el calentamiento global y otras mil cosas. Para Daniel, sólo si se le cayera un piano en la cabeza.
Por Hernán Firpo
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