El saldo
completo de las inundaciones, lo iremos descubriendo en los próximos
días y sabremos entonces la verdadera magnitud de la desgracia y el
enorme costo en víctimas y daños materiales.
Una vez más, se
evidencia -con una contundencia dolorosa y dramática- que Argentina es
una Nación a la deriva.
Las escenas que
se registran son más bien las que caracterizan los grandes desastres
naturales como los tsunamis, terremotos, volcanes y huracanes. Pero en
nuestro caso fueron ocasionadas por una lluvia muy importante
(155 mm), que ni siquiera fue récord. El récord corresponde a 1985 con
308,5 mm. Desde 1980 la cantidad de veces que la lluvia superó los 100
milímetros creció un 53% (33 tormentas) y hoy son prácticamente el
triple de lo que eran hasta 1940.
Contribuyeron a
incrementar las consecuencias del desastre décadas de falta de
planificación en materia de urbanización, redes de desagüe con más de
un siglo de atraso y, por sobre estas circunstancias, la ausencia de
políticas de Estado y la concentración de las decisiones del poder en
prioridades completamente ajenas a las necesidades de nuestro pueblo.
El cambio
climático, como fenómeno global, es conocido desde hace años. En 1997
se firmó el Protocolo de Kyoto y, en 2007, las recomendaciones
urgentes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático han
llevado a que los gobiernos se ocupen por las consecuencias que trae
aparejadas. En algunos casos, se las considera materia de seguridad
nacional. Los gobiernos hacen planes plurianuales, invierten mucho
talento y dinero para equiparse con métodos avanzados para pronosticar
con mayor precisión y desarrollan políticas para contrarrestar las
consecuencias de las manifestaciones climáticas extremas.
Así, se han
modificado las normas constructivas que evitan las pérdidas de calor
en las grandes ciudades que –al formar “islas” de calor- incrementan
las temperaturas extremas, la evaporación y las precipitaciones.
Evitan las pérdidas de energía y temperatura en el ambiente, utilizan
vehículos híbridos y eléctricos, electrodomésticos de alta eficiencia.
Redes eléctricas inteligentes. Hacen mayor utilización de las energías
renovables. Muchas grandes ciudades. han realizado obras para frenar
el avance de las aguas costeras; otras, como Tokio ha desarrollado un
sistema de alcantarillado que hoy se destaca como una de las obras de
ingeniería más sobresalientes del mundo.
En Argentina no
ocurre nada de eso y seguimos contando muertos, como si nada. Desde
unos cuantos años a esta parte, vienen escalando en magnitud desastres
causados por situaciones que de antemano ya sabíamos que ocurrirían.
Basta recordar el triste caso de Tartagal – ocurrido en 2006-, que se
repitió en 2009, mientras todavía estaban esperando las obras
prometidas. En Santa Fe hubo una inundación devastadora en 2003 y otra
más en 2012. Hay que recordar que, el año pasado, un porcentaje
significativo de la superficie de la provincia de Buenos Aires
permaneció anegada, 1,5 millones de hectáreas.
Un estudio del
Banco Mundial indica que las pérdidas económicas asociadas a
inundaciones llegan a causar todos los años en la Argentina
costos superiores a los 5000 millones de dólares. Nuestra falta de
visión política nos cuesta más de 20 millones de dólares por cada
día de trabajo.
Pero política
Argentina tiene otras prioridades, más ligadas al electoralismo y a
las miserias de las ambiciones personales. Todos los protagonistas
apelaron al recurso de culpar a otros. Y entre todos, a la “lluvia”.
Nada dijeron de la calidad de la gestión como gobernantes y la
degradación de las instituciones a la que han llevado. Con el simple
transcurso del tiempo, la infraestructura está colapsando, como ocurre
con los trenes, la seguridad, la salud, la energía, las rutas y
caminos y ahora el sistema hidráulico.
Oficialismo y
oposición hacen “silencio de radio”. Que no se sepa en qué se gastó el
dinero que debiera haber sido destinado a mejorar el país. Los
desastres mencionados a título de ejemplo hablan de responsabilidades
compartidas por varias gestiones de distintos partidos. Hablan de
anquilosamiento en las ideas, poca capacitación y de un bajísimo
nivel para dirigir un país como el nuestro en un mundo complejo.
Los dos
intendentes de las ciudades devastadas estaban de vacaciones. La
presidente, ocupada en sus armados electorales y en sus pequeñas
escaramuzas cotidianas, se hizo presente muy tarde, cuando creyó
obtener una ventaja. La ministra de Desarrollo Social, retornó de
apuro del exterior y no superó el grotesco generalizado. El gobernador
se mostró desorientado. El secretario de seguridad, hacía las veces de
“valet” de la presidente y sus órdenes no se cumplían. No vimos a los
“cascos blancos”, esa creación argentina que hace asistencia en
catástrofes extranjeras. El equipamiento militar, muchas veces
empleado en situaciones de emergencia se encontraba –como los
vehículos anfibios- en proceso de venta como chatarra. Los camiones
eran pocos y carecían de repuestos y combustible.
El mayor desafío
que tenemos por delante, sin embargo, no es el clima. Es el cambio de
la política, la transformación del poder y la modernización de las
nuestras instituciones.
Por Carlos José Aga
No hay comentarios:
Publicar un comentario