viernes, 5 de abril de 2013

LA CRISIS ES POLÍTICA - INUNDACIONES LA EVIDENCIA DE UN PAÍS SIN RUMBO

El saldo completo de las inundaciones, lo iremos descubriendo en los próximos días y sabremos entonces la verdadera magnitud de la desgracia y el enorme costo en víctimas y daños materiales.

Una vez más, se evidencia -con una contundencia dolorosa y dramática- que Argentina es una Nación a la deriva.  

Las escenas que se registran son más bien las que caracterizan los grandes desastres naturales como los tsunamis, terremotos, volcanes y huracanes. Pero en nuestro caso fueron ocasionadas por una lluvia muy importante (155 mm), que ni siquiera fue récord. El récord corresponde a 1985 con 308,5 mm. Desde 1980 la cantidad de veces que la lluvia superó los 100 milímetros creció un 53% (33 tormentas) y hoy son prácticamente el triple de lo que eran hasta 1940. 

Contribuyeron a incrementar las consecuencias del desastre décadas de falta de planificación en materia de urbanización, redes de desagüe con más de un siglo de atraso y, por sobre estas circunstancias, la ausencia de políticas de Estado y la concentración de las decisiones del poder en prioridades completamente ajenas a las necesidades de nuestro pueblo.

El cambio climático, como fenómeno global, es conocido desde hace años. En 1997 se firmó el Protocolo de Kyoto y, en 2007, las recomendaciones urgentes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático han llevado a que los gobiernos se ocupen por las consecuencias que trae aparejadas. En algunos casos, se las considera materia de seguridad nacional. Los gobiernos hacen planes plurianuales, invierten mucho talento y dinero para equiparse con métodos avanzados para pronosticar con mayor precisión y desarrollan políticas para contrarrestar las consecuencias de las manifestaciones climáticas extremas.

Así, se han modificado las normas constructivas que evitan las pérdidas de calor en las grandes ciudades que –al formar “islas” de calor- incrementan las temperaturas extremas, la evaporación y las precipitaciones. Evitan las pérdidas de energía y temperatura en el ambiente, utilizan vehículos híbridos y eléctricos, electrodomésticos de alta eficiencia. Redes eléctricas inteligentes. Hacen mayor utilización de las energías renovables. Muchas grandes ciudades. han realizado obras para frenar el avance de las aguas costeras; otras, como Tokio ha desarrollado un sistema de alcantarillado que hoy se destaca como una de las obras de ingeniería más sobresalientes del mundo.

En Argentina no ocurre nada de eso y seguimos contando muertos, como si nada. Desde unos cuantos años a esta parte, vienen escalando en magnitud desastres causados por situaciones que de antemano ya sabíamos que ocurrirían. Basta recordar el triste caso de Tartagal – ocurrido en 2006-, que se repitió en 2009, mientras todavía estaban esperando las obras prometidas. En Santa Fe hubo una inundación devastadora en 2003 y otra más en 2012. Hay que recordar que, el año pasado, un porcentaje significativo de la superficie de la provincia de Buenos Aires permaneció anegada, 1,5 millones de hectáreas.

Un estudio del Banco Mundial indica que las pérdidas económicas asociadas a inundaciones llegan a causar todos los años en la Argentina costos superiores a los 5000 millones de dólares. Nuestra falta de visión política nos cuesta más de 20 millones de dólares por cada día de trabajo.

Pero política Argentina tiene otras prioridades, más ligadas al electoralismo y a las miserias de las ambiciones personales. Todos los protagonistas apelaron al recurso de culpar a otros. Y entre todos, a la “lluvia”. Nada dijeron de la calidad de la gestión como gobernantes y la degradación de las instituciones a la que han llevado. Con el simple transcurso del tiempo, la infraestructura está colapsando, como ocurre con los trenes, la seguridad,  la salud, la energía, las rutas y caminos y ahora el sistema hidráulico. 

Oficialismo y oposición hacen “silencio de radio”. Que no se sepa en qué se gastó el dinero que debiera haber sido destinado a mejorar el país. Los desastres mencionados a título de ejemplo hablan de responsabilidades compartidas por varias gestiones de distintos partidos. Hablan de anquilosamiento en las ideas, poca capacitación  y de un bajísimo nivel para dirigir un país como el nuestro en un mundo complejo.

Los dos intendentes de las ciudades devastadas estaban de vacaciones.  La presidente, ocupada en sus armados electorales y en sus pequeñas escaramuzas cotidianas, se hizo presente muy tarde, cuando creyó obtener una ventaja. La ministra de Desarrollo Social, retornó de apuro del exterior y no superó el grotesco generalizado. El gobernador se mostró desorientado. El secretario de seguridad, hacía las veces de “valet” de la presidente y sus órdenes no se cumplían. No vimos a los “cascos blancos”, esa creación argentina que hace asistencia en catástrofes extranjeras. El equipamiento militar, muchas veces empleado en situaciones de emergencia se encontraba –como los vehículos anfibios- en proceso de venta como chatarra. Los camiones eran pocos y carecían de repuestos y combustible. 

El mayor desafío que tenemos por delante, sin embargo, no es el clima. Es el cambio de la política, la transformación del poder y la modernización de las nuestras instituciones.

Por Carlos José Aga

  
 

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