Recuperando Potestades
“Es estúpido dejar las decisiones sobre economía a aquellos que no pagarán precio alguno por equivocarse”. Thomas Sowell
Cuando el hombre comenzó a vivir en comunidad y para evitar que
continuara rigiendo la ley de la selva, naturalmente cedió algunas de
sus libertades y derechos a algo superior, que dio en llamarse, mucho
después, “Estado”. Así, a cambio de renunciar a ellos, le encomendó –y
le exige- que se ocupara de su defensa, de su seguridad, de su
educación, de su salud y de la Justicia; como parte de ese contrato
tácito, paga al Estado los impuestos que le permitan soportar esas
tareas. También le delegó la organización de las relaciones entre los
individuos que componen la sociedad.
En la Argentina actual, y
pese a que ese contrato sigue teóricamente rigiendo, apoyado en la
Constitución y en el Código Civil, el Estado ya había desertado, y los
ciudadanos estamos sometidos a la indefensión como nación, a la
cotidiana inseguridad, a la falta de salud, de educación y a la falta de
Justicia, por lenta y por sometida al poder de turno. Nos vemos
enfrentados a soportar doblemente el costo de contar con esos beneficios
elementales, ya que seguimos pagando impuestos pero, además, tenemos
que hacer frente al costo de la contratación privada de vigiladores,
colegios y prepagas médicas para subsanar esa ausencia estatal.
En estos días, en Córdoba, se vio a ciudadanos encaramados a los techos
de sus viviendas y negocios, o nucleados atrás de barricadas, armados y
dispuestos a defender con su vida –dada su inexperiencia- sus bienes
ante las hordas que destruían todo a su paso. Sin darse cuenta,
reasumieron una potestad que habían transferido, por ese acuerdo
originario, al Estado, ya que éste había desertado y se encontraban en
total desamparo frente a la violencia desatada.
Esta situación
representa un salto cualitativo, hacia atrás, respecto a todos los
conflictos sociales que los argentinos hemos soportado en los últimos
años y, seguramente, continuará in crescendo, por el triste papel que
desempeñaron, durante esas horas trágicas, quienes tienen a su cargo
ejecutar las tareas que son propias del Estado. Doña Cristina in
absentia, Anímal y hasta Randazzo hicieron fila para pegarle al Gallego
de la Sota, lavándose las manos respecto a la crisis que la “década
ganada” había generado y que, como vimos por televisión, estuvo a punto
de convertirse en una tragedia. Al negarse a enviar a la Gendarmería
–Super Berni lo ordenó, pero el Chino Zannini lo desautorizó- el
cristinismo, una vez más, dio una muestra cabal de la confusión que en
su concepto existe entre Gobierno y Estado; en ella, tal como lo
confirmó un patético Coqui Capitanich invocando al federalismo
constitucional, las fuerzas federales sólo pueden actuar cuando quien
solicita su auxilio es un obediente seguidor de los dictados de Olivos.
¡Qué pena que ese mismo federalismo sea olvidado a la hora de repartir
ingresos fiscales!
Se me ha preguntado, desde el momento de los
hechos, si los saqueos estaban organizados por algún malparido con
intencionalidad política. La respuesta contiene dos aseveraciones: sí lo
estaban, y en esa organización seguramente participaron narcos, pero
tuvieron esa magnitud porque existe un caldo de cultivo que favorece la
protesta. Detrás de los primeros enmascarados, que robaban plasmas y
alcohol, necesariamente hubo multitudes crispadas y enojadas, que
padecen diariamente esta demencial política económica, que ha llevado a
que el verdadero índice de precios (el de los changuitos de
supermercado) se haya disparado a partir de noviembre, lo cual llevará
la inflación anual a superar el 30%.
El Gobierno avivó la
inquietud social con tres anuncios convergentes: no acepta pagar el bono
que todas las centrales gremiales solicitan para fin de año, descontará
el impuesto a las ganancias sobre la segunda cuota del aguinaldo y
mandó a imprimir, en la Casa de la Moneda y en Ciccone, ciento cuarenta
millones de billetes de cien pesos para hacer frente al pago de esa
segunda cuota a los empleados públicos.
El desprecio que los
funcionarios tienen por la inflación (a la que ningunean), la carencia
de un plan económico coherente –no se puede considerar como tal al nuevo
congelamiento de precios que, dicen, regirá a partir de enero- y la
monstruosa emisión monetaria, harán que el arrastre de este año lleve al
índice de los precios a superar el 40% en 2014; el permanente drenaje
de reservas, la obligación de importar cantidades mayores de
combustibles más caros y el nuevo robo que cometerán cuando paguen el
cupón atado al crecimiento del PBI (nada menos que US$ 5.000 millones),
tampoco permiten ser optimista respecto a un cambio diametral en la toma
de decisiones.
Pero, tal vez, el principal factor coadyuvante
de lo que ocurrió en Córdoba haya que buscarlo en la anomia moral que
hoy reina en nuestra sociedad. Todos los límites se han sobrepasado, y
se ha impuesto el “sálvese quien pueda”.
El mundo entero está
contemplando, con asombro y repugnancia, cómo la señora Presidente se
mofa de todos, acumulando una fortuna personal cuyo crecimiento
exponencial ni se molesta en explicar, como tampoco lo hace con las
relaciones que mantiene con los personajes más oscuros de la escena
nacional, como Lázaro Báez, Cristóbal López, Spolsky, Eskenazi, Ferreyra
(Electroingeniería), sus secretarios y sus jardineros y tantos otros,
enriquecidos por haber prestado sus nombres para encubrir los
latrocinios de la pareja imperial.
El Vicepresidente, el
inefable Guita-rrita, se robó, con sus cómplices Nariga Núñez Carmona y
Vandermoco, la mayor imprenta del país, que tiene a su cargo nada menos
que la producción del dinero. Además de hacerse enormemente rico, y
seguir festejándolo a carcajadas, le cobró una comisión de siete
millones a la provincia más pobre del país para renegociar su deuda con
el Estado nacional, o sea, con él mismo.
Sin embargo, los
jueces de Comodoro Py no han llamado a ninguno de ellos a prestar
declaración indagatoria, y todos –hasta Jaimito- siguen libres y
haciendo daño. Entonces, ¿no resulta razonable que alguien crea que
puede robar impunemente un televisor o un coche de bebé? Si a los
grandes delitos que los funcionarios de todo pelaje han perpetrado no
les ha correspondido pena alguna, ¿por qué preocuparse entonces por la
comisión de un hecho tan menor?
Para terminar de aguar las
esperanzas de quienes creían que los cambios en el Gabinete traerían
aparejada una mejor relación con la sociedad, con el mundo y con los
mercados, el viernes –como ya ha sucedido en la Cancillería- se produjo
la designación de un chico de La Cámpora para ocupar la jefatura de uno
de los organismos técnicos para prestigiosos del país, el INTA. Sólo
cabe esperar que el peronismo, que aportó los votos necesarios en
octubre, se niegue a seguir convalidando la ocupación del Estado por
estos niñatos corruptos y espléndidamente rentados, pero incapaces,
siquiera, de ganar una elección universitaria.
BsAs, 8 Dic 13
Enrique Guillermo Avogadro ·
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