Las ovejas escuchan su voz. Llama a sus ovejas por nombre y las conduce afuera.
Juan 10.3 , NVI
CUANDO VEO un rebaño de ovejas veo exactamente eso: un rebaño. Un montón de lana. Una manada de pezuñas. No veo una oveja. Veo ovejas. Todas iguales. Ninguna diferente. Eso es lo que veo.
Pero no así el pastor. Para él cada oveja es diferente. Cada cara es especial. Cada cara tiene una historia. Y cada oveja tiene un nombre. La de los ojos tristes, esa es Droopy. Y aquel que tiene una oreja parada y la otra caída, lo llamo Oscar. Y ese pequeño que tiene la mancha negra en la pata, es huérfano y no tiene hermanos. Lo llamo José.
El pastor conoce a sus ovejas. Las llama por sus nombres.
Cuando vemos una multitud, vemos exactamente eso: una multitud. Llenando un estadio o inundando un centro de compras. Cuando vemos una multitud, vemos gente, no personas, sino gente. Una manada de humanos. Un rebaño de rostros. Eso es lo que vemos.
Pero no así el Pastor. Para Él cada rostro es diferente. Cada cara es una historia. Cada rostro es un niño. Cada niño tiene un nombre. La de los ojos tristes, esa es Sally. Aquel viejito que tiene una ceja levantada y la otra baja, su nombre es Harry. ¿Y ese joven que cojea? Es huérfano y no tiene hermanos. Lo llamo Joey.
El Pastor conoce a sus ovejas. Conoce a cada una por su nombre. El Pastor te conoce. Conoce tu nombre. Y nunca lo olvidará. En las palmas de las manos te tengo esculpida ( Isaías 49.16 ).
Pensamiento sorprendente, ¿no te parece? Tu nombre en la mano de Dios. Tu nombre en los labios de Dios. Tal vez hayas visto tu nombre en algunos sitios especiales. En un premio o un diploma o sobre una puerta de madera de nogal. O quizás hayas escuchado tu nombre de boca de algunas personas importantes: un entrenador, una celebridad, un maestro. Pero pensar que tu nombre está en la mano de Dios y en los labios de Dios... vaya, ¿será eso posible?
O posiblemente nunca has visto que sea honrado tu nombre. Y no puedes recordar si alguna vez escuchaste que lo mencionaran con gentileza. Si ese es el caso, es posible que te resulte aún más difícil creer que Dios conoce tu nombre.
Pero sí lo conoce. Escrito en su mano. Expresado por su boca. Susurrado por sus labios. Tu nombre. Y no sólo el nombre que ahora tienes, sino el nombre que Él te tiene reservado. Un nuevo nombre que te dará... pero aguarda, me estoy adelantando. Te contaré acerca del nuevo nombre en el último capítulo. Esta sólo es la introducción.
De modo que... ¿puedo presentarte este libro? Es un libro de esperanza. Un libro cuyo único objetivo es el de dar ánimo. Durante este último año he cosechado ideas de diversos campos. Y aunque sus tamaños y sabores son variados, su propósito es singular: brindarte a ti, el lector, una palabra de esperanza. Me pareció que podía hacerte falta.
Has estado en mi mente al escribir. A menudo he pensado en ti. Sinceramente lo he hecho. A través de los años he llegado a conocer a muchos bastante bien. He leído tus cartas, te he dado un apretón de manos y he observado tus ojos. Creo que te conozco.
Estás ocupado. El tiempo pasa antes que finalicen tus tareas. Y si tienes la oportunidad de leer, es sin duda muy escasa.
Estás ansioso. Las malas noticias se propagan más rápido que las buenas. Los problemas son más numerosos que las soluciones. Y estás preocupado. ¿Qué futuro tienen tus hijos aquí en esta tierra? ¿Qué futuro tienes tú?
Eres cauteloso. Ya no confías con tanta facilidad como antes.
Los políticos mintieron. El sistema falló. El ministro transó. Su cónyuge fue infiel. No es fácil confiar. No es que no quieras hacerlo. Simplemente se trata de que quieres ser cuidadoso.
Hay una cosa más. Has cometido algunos errores. Conocí a alguien en una librería de Michigan. Un hombre de negocios, rara vez salías de tu oficina y menos para conocer a un autor. Pero en esa ocasión lo hiciste. Te lamentabas por las muchas horas de trabajo y las pocas horas que pasabas en casa y deseabas hablar.
Y la madre sola en Chicago. Un niño te halaba, el otro lloraba, pero haciendo malabarismo con ambos, presentaste tu argumento. «Cometí errores», explicaste, «pero verdaderamente deseo hacer un nuevo intento».
Y esa noche en Fresno. El músico cantó, yo hablé y viniste. Casi no lo hiciste. Casi te quedas en casa. Ese día encontraste la nota de tu esposa. Ella te iba a dejar. Pero igual viniste. Esperabas que tuviese algo para el dolor. Esperabas que tuviese una respuesta.
¿Dónde está Dios en un momento como este?
Y así al escribir, pensé en ti. En todos como tú. No eres malicioso. No eres malvado. No eres de corazón duro, (a veces de cabeza dura, pero no de corazón duro). Realmente deseas hacer lo correcto. Pero a veces la vida da un vuelco para peor. Muchas veces nos hace falta un recordatorio.
No un sermón.
Un recordatorio
Un recordatorio de que Dios conoce tu nombre.
Para este libro se presentaron muchos capítulos a la audición, pero no todos se seleccionaron. Después de todo, no servía cualquier capítulo. Se requería brevedad, pues estás ocupado. Se necesitaba esperanza, pues estás ansioso. Se exigía lealtad a las Escrituras, pues eres cauteloso. Intenté brindarte un repertorio de capítulos que reciten bien las letras de la gracia y canten bien la melodía de gozo. Pues tú eres el huésped del Maestro y Él prepara un concierto que nunca olvidarás.
Tomado del Libro, "Cuando Dios Susurra tu Nombre, Max Lucado, (C)1995 Editorial Caribe Inc.
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